Permítanme que me salga de los derroteros habituales para hablar hoy de fútbol. O, para ser más preciso, de cuestiones que tienen que ver con el que en nuestros pagos es considerado el deporte rey.

Si echo cuentas, cada vez que he escrito algo sobre el balompié, ha sido para subrayar alguno de sus no pocos aspectos negativos: la creciente e imparable mercantilización, el aprovechamiento que hacen de él los grupos violentos o, por no extenderme más, la gran cantidad de egos hipertrofiados (amén de malas personas) que pululan por los campos.

Esta vez, para variar, me fijo en lo bueno que todavía ofrece el gran espectáculo de masas de nuestro tiempo. El pasado fin de semana, con la última jornada de la liga de primera división (no me sale llamarla por el nombre de su espónsor) y la final de la Champions League femenina, tuvimos unos cuantos ejemplos de lo mejor que aporta el viejo invento de los ingleses.

Personas normales

Empiezo por lo último que cito, la vibrante final de la Champions en San Mamés, que terminó con la merecida victoria del Barça sobre el Olympique de Lyon. Todo, ante 40.000 personas que antes, durante y después del partido mostraron un comportamiento modélico rozando lo emocionante en su pacífica invasión de Bilbao y sus alrededores.

Como símbolo de todo, me quedo con las lágrimas de felicidad de la legazpiarra Irene Paredes afirmando que el triunfo le llegaba, si cabe, más adentro, porque lo había conquistado “en casa y ante toda mi familia”.

Otro de los momentos imborrables estuvo en El Sadar, con la despedida de Jagoba Arrasate después de seis temporadas. Si las imágenes del césped pusieron los pelos de punta, no se quedaron a la zaga las palabras del de Berriatua en una sala de prensa entregada y llena de ojos húmedos. La grandeza de la humildad.

También fueron inspiradoras las imágenes de los adioses a las grandes temporadas de la Real en Anoeta, del Alavés en Mendizorroza o del Athletic en Vallecas. En este último caso, además, con la conquista del Zamora por parte de Unai Simón, otro tipo al que no se le han subido los humos a pesar del carrerón que lleva en los últimos años. Ojalá cundiera el ejemplo.