El Partido Popular la ha cogido llorona. Fía a la calle lo que no ha sido capaz de conseguir en las urnas. Y el retrato no puede resultar más patético ni más desazonador. Feijóo, ahora mismo, es comparsa de los bronquistas del asfalto. Porque es verdad que resulta totalmente legítimo echarse a la rúa para protestar contra lo que sea, empezando por una ley de amnistía que -no nos vamos a engañar a estas alturas-, todos sabemos que no es producto de la convicción sino de la perentoria necesidad de los siete votos de Junts para que Sánchez consiguiera una prórroga durmiendo en el famoso colchón de La Moncloa que él mismo mandó cambiar en el día uno del posmarianismo. Pero dieciséis noches de barrila ante la sede del PSOE en Ferraz demuestran que ese negociado lo maneja el facherío más desorejado que no ha de rentarle un solo voto a los genoveses.

Todo lo contrario. En este preciso instante, el PP es un pésimo ciclista que va a rebufo de los paladines del golpismo, como esa no purgada pandilla de milicos franquistas retirados de alto rango que promueven el fusilamiento de “26 millones de hijos de puta” y arengan a las Fuerzas Armadas en activo a destituir a Pedro Sánchez a través -no hay otra fórmula- de un golpe de estado. Avergüenza al tiempo que es altamente ilustrativo que la cúpula pepera no haya dicho esta es boca es mía sobre el llamamiento a la asonada de estos fósiles adoradores del ferrolano de la voz aflautada.

Ese silencio cagón se incorpora a la larga lista de meteduras de cuezo -llámenle cagadas- de la formación todavía nominalmente liderada por Alberto Núñez Feijóo. Y es la innecesaria prueba del nueve de que este PP que hace cuatro meses iba a arrasar en las elecciones y se estrelló con estrépito tiene pendiente un severo examen de conciencia sobre su fracaso inapelable.