Mirada sucia
– Como queda de manifiesto en las monumentales investigaciones del añorado Joan Mari Torrealdai sobre la censura, quienes la ejecutan llevan el pecado en sus propios cerebros. Vamos, que tienen la mirada sucia y por eso ven motivo para la tijera o el lápiz rojo allá donde dirigen sin ojos. Es, sin duda, lo que le pasó hace unos días al agente de la policía local de Murcia que mandó parar un concierto de Rocío Saiz porque la cantante iba con los pechos al descubierto. Y la misma tara que afecta a los munícipes de PP y Vox de la localidad cántabra de Santa Cruz de Bezana que impidieron la exhibición de la película infantil Lightyear porque hay una escena en la que se besan dos mujeres. Por ahí le debe de andar también la abascálida concejala de Cultura de Valdemorillo, Victoria Gil, que echó atrás la programación del clásico de Virginia Woolf Orlando porque aborda la homosexualidad y la transexualidad.
Atropello intolerable
– Son sólo tres despropósitos de muestra. Podíamos citar unos cuantos más, tantos como aparecen en el fotomontaje de denuncia de episodios recientes de censura que está recorriendo las redes con el aval de ya centenares de personalidades de la cultura. Todos los casos responden a un patrón prácticamente idéntico en cuanto al tipo de obras vetadas y, desde luego, a los impulsores de la prohibición, que sistemáticamente pertenecen a administraciones públicas gobernadas por PP, Vox o ambas. Los discursos de reprobación de los miembros de la farándula que se han pronunciado tienen la contundencia que cabe esperar ante la vulneración de los derechos a la expresión, la creación y, desde luego, la difusión de lo creado. Estamos ante un atropello intolerable contra el que hay que alzar la voz con la mayor de las firmezas.
Y las otras...
– Escrito todo lo anterior, me resulta imposible dejar de recordar que este fenómeno no es nuevo ni quienes lo practican se circunscriben a la extrema derecha. Al contrario, muchos de los últimos ejercicios de lo que ha adquirido el nombre de cancelación llevan el sello de quienes se presentan como progresistas. Ahí tenemos como ejemplos de apenas anteayer las reescrituras de las obras de Agatha Christie, Roald Dahl o Ian Flemming, la eliminación de las antologías de decenas de cuentos infantiles considerados “no apropiados” o el intento finalmente fallido (John Cleese no pasó por ahí) de retirar el sketch de Loretha en la versión teatral de La vida de Brian. Estaría bien que la denuncia de la censura no entendiera de bandos, pero temo que vuelvo a pedir un imposible. l