Inesperado

– Esto sí que no nos lo esperábamos. Después de tres años acatando sin rechistar las draconianas condiciones impuestas por su Gobierno en la lucha contra el covid, algunos ciudadanos chinos empiezan a rebelarse. Primero vimos las imágenes de personas devueltas a su casa a palos cuando intentaban saltarse el confinamiento domiciliario. Aparentemente, casos aislados, todavía. Pero con los días, ha ido creciendo el número de quienes plantaban cara a la policía sanitaria aun a riesgo de ser golpeados sin miramientos. Y lo último, que a estas horas puede ser solo lo penúltimo, es la convocatoria de movilizaciones de protesta. Las primeras fueron en Urumqi, ciudad en la que el pasado jueves murieron diez personas en un incendio atribuido a la imposibilidad de escapar del edificio en que se produjo. De ahí las concentraciones se han extendido por todo el país –incluyendo Wuhan, la cuna de la pandemia mundial– y empiezan a ser especialmente llamativas en la capital, Pekín.

Otros disturbios

– Todavía suena a exageración, pero hay analistas que aseguran que no se había vivido algo así en el gigante asiático desde los tiempos de las revueltas de la plaza de Tiananmén en 1989. La memoria es corta, pues en 2011, al rebufo de lo que muchos kilómetros más acá se llamó la primavera árabe, se vivió una oleada de protestas que se extendió desde el 20 de febrero hasta el 20 de marzo. Las brutales fuerzas del orden sofocaron los levantamientos populares, de los que en Occidente recibimos información con cuentagotas porque la descomunal maquinaria de censura china trabajó a destajo para evitar que tanto hacia dentro como hacia fuera se conocieron las expresiones de descontento. Es exactamente lo que ya se ha empezado a hacer para evitar que prenda este nuevo movimiento de denuncia.

También contra XI

– Como en las ocasiones anteriores, la mayoría de los que se han lanzado a la calle son jóvenes. Buena parte de las consignas que gritan tienen que ver con el hartazgo sobre las bárbaras restricciones del covid. Así, por las calles se escucha “¡No queremos PCR!”, “¡Abrid China!”, o “¡Necesitamos respirar!”. Sin embargo, esos gritos se mezclan con lemas contra el Partido Comunista, denuncias de la brutalidad policial, e incluso, exigencias de dimisión del intocable Xi Jinping. Ahí entramos en palabras mayores, y todo hace temer también en un recrudecimiento de la represión. Lo que nadie espera es que el líder máximo, recién reelegido, vaya a dar marcha atrás en su inflexible política de contención del virus basada en la mano dura. l