Lo intuíamos

En realidad, en el titular he redondeado a la baja. La cifra que menciona el informe realizado por 40 expertos para la revista The Lancet es 17,7 millones de muertes evitables por covid en todo el mundo en el primer envite de la pandemia. Sinceramente, desconozco cómo se puede hacer un cálculo así, y hasta me declaro escéptico sobre el nivel de exactitud del dato. Lo que sí tengo claro, igual que cualquiera que posea un par de ojos, un cerebro y memoria, es que se trata de algo perfectamente verosímil de acuerdo con lo que a todos los habitantes del planeta nos tocó padecer tras la irrupción del virus. Sin contar ni con una décima parte de los conocimientos de los firmantes de este informe –que es una versión corregida y aumentada de varios que apuntaban lo mismo–, todos albergamos la sensación de que la respuesta política y sanitaria fue manifiestamente mejorable en la inmensa mayoría de los casos.

¿Fracaso social?

No coincido, en todo caso, con la afirmación del presidente del comité científico que ha elaborado el dossier. Sostiene el catedrático de la Universidad de Columbia Jeffrey Sachs que estamos ante “una profunda tragedia y un fracaso social masivo en múltiples niveles”. Lo de la tragedia no tiene duda. También parece razonable hablar de múltiples niveles de responsabilidad. Pero no trago con lo del fracaso social masivo. Admito, como parte de la sociedad, que quizá cometí errores y que no pocos de mis congéneres, además, tuvieron comportamientos voluntariamente irresponsables que contribuyeron a la difusión del covid. Pero añado inmediatamente que la mayor parte de la ciudadanía manifestó una enorme disciplina y fue haciendo, le gustara más o menos, lo que se le iba pidiendo. Incluso cuando se le pedían cosas contradictorias o directamente fuera de toda lógica.

Decisiones letales Así que, sin negar la cuota de culpa del común de los mortales, me cuadra más la acusación de los expertos sobre la zigzagueante actuación de la Organización Mundial de Salud, de entidades comunes de varios estados y de las administraciones locales de diferentes ámbitos. Obviamente, en la inmensa mayoría de los casos se trató de negligencia en diversos grados. Y aunque hubo malas prácticas y decisiones erróneas que se tradujeron, como dice el informe, en muertes evitables, sería injusto atribuirlas a la mala voluntad. Sin embargo, a nadie que no se engañe en el solitario se le escapa que hubo numerosos fallecimientos que se debieron a decisiones políticas conscientes de las consecuencias que tendrían. No deberíamos olvidarlo.