- Han pasado 24 años y todavía incomoda recordarlo. Es más. Me consta que hay a quien le irrita y le ofende. De esos, curiosamente, que exigen que no se pase página ante otras vulneraciones de los derechos humanos. Cuando sale esta a colación, sin embargo, ponen gesto de hartazgo y sacan del morral otra barbaridad padecida por los de su lado, como si una injusticia contrarrestara otra injusticia en lugar de sumarse. Qué cuajo hay que tener para exigir que se mire hacia adelante y no se reabran viejas heridas. Ocurre que hablamos de una que no cicatrizará hasta que de una vez por todas las voces autorizadas, las que marcan el compás, digan que la ejecución de Miguel Ángel Blanco fue una atrocidad intolerable. No que, bueno, que quizá no estuvo bien del todo, que la culpa la tuvo Aznar por no ceder o que hay que mirarlo todo en su contexto.

- Y si va de eso, del contexto, habrá que ponerlo sobre la mesa. Para empezar, Blanco era apenas un joven idealista que ejercía de concejal de a pie en Ermua, un municipio de 15.000 habitantes, buena parte de ellos inmigrantes o hijos de inmigrantes, como él mismo. Ese fue su tremendo delito para que los autoproclamados liberadores de la patria vasca lo mantuvieran secuestrado durante dos días para, finalmente, llevarlo a un descampado y pegarle dos tiros en la cabeza. De eso se encargó el gudari García Gaztelu, mientras que el héroe Geresta Mujika (que años después se suicidaría) le obligaba a arrodillarse. Una acción propia de Intxaurrondo; los asesinos se parecen como gotas de agua, maten en el nombre de quien maten. Blanco agonizó durante horas con las manos atadas. Unos excursionistas lo encontraron moribundo y fue trasladado al hospital Nuestra Señora de Arantzazu, donde falleció en la madrugada del 13 de julio de 1997. Todos recordamos dónde estábamos y qué hacíamos cuando ocurrió.

- Para que no falte nada o para que me llamen equidistante del carajo, añadiré que en los meses y años siguientes Blanco fue convertido en un icono muy rentable en todos los sentidos, incluido el económico, por muchos de quienes vivieron del dolor provocado por ETA. Luego, el tiempo ha ido poniendo a cada quién en su lugar hasta llegar a este nuevo aniversario en que, según mi humilde opinión, seguimos sin ser capaces de hacer justicia a la memoria de aquel chaval al que segaron la vida dos meses después de haber cumplido 29 años solo porque era muy fácil hacerlo. Si pedimos memoria completa y vamos en serio, seamos consecuentes.