Derrengado, agotado y exhausto, escribo esta filípica tras llevar esta última semana trabajando al máximo de tensión para organizar, lo mejor posible, la movilización de baserritarras, productores, que se celebró este pasado viernes, cuando cientos de vehículos, tractores, furgonetas y camiones en su mayoría, colapsaron el centro de la capital guipuzcoana, Donostia, en su trayecto hacia las Juntas Generales de Gipuzkoa, verdadero parlamento del territorio histórico, sede de la soberanía del territorio, y donde están representados los cinco partidos del territorio.

En esta movilización, por aquello de acercar el foco a la realidad guipuzcoana, tuvieron una notable presencia, tanto las organizaciones agrarias Enba y EHNE, como la asociación forestal Baso Elkartea, además del mundo de la pesca, representado por cofradías y armadores, el mundo del turismo rural, el mundo de la caza con su Federación y, así, hasta un total de 46 asociaciones y entidades sectoriales, empresas y, ¡sorpresa!, dos ayuntamientos: Abaltzisketa y la entidad menor de Itziar. Ambas instituciones locales, además, motu proprio, demostrando su inequívoco compromiso con el sector primario.

El principal objetivo de la movilización no era otro que situar a la sociedad guipuzcoana frente al espejo de una realidad primaria que, lenta pero imparablemente, languidece y se reduce a la mínima expresión y que, además, si alguien no pone toda la carne en el asador, tiene grandes posibilidades de extinguirse.

Urbes

Una sociedad guipuzcoana atrincherada en las urbes, que pasa olímpicamente de lo que les ocurre a sus convecinos baserritarras y que se acuerda de ellos únicamente los fines de semana, cuando salen en tromba al paseo montañero y en esas fiestas tradicionales y folklóricas donde todos nos vestimos de caseritos. Ya lo decía una sabia y aguda amona (abuela) de Mendaro sobre la fiesta de Santo Tomás, cuando miles de personas salen a la calle vestidos de caseros y se atiborran de txistorra: “Cuando menos caseros hay en los caseríos, más gente de la calle disfrazados de caseros”.

Pero no se crean que esta actitud de desinterés hacia lo rural se limita a las grandes ciudades de nuestro entorno, puesto que esta actitud es extensible a muchísimas localidades, incluso menores a 2.000 habitantes, donde una gran parte de la población, que trabaja en la industria, servicios, parques tecnológicos, etc., pasa olímpicamente de lo que ocurre en los montes que les rodean y que, para más inri, despotrican de los baserritarras porque tienen las vallas de las fincas cerradas, dificultándoles el paso, o se encuentran con caminos forestales no lo suficientemente bien mantenidos para su paseo dominical con su bici de 8.000 euros, y llaman al ayuntamiento o a la Ertzaintza cada vez que el baserritarra echa abono orgánico (en vez de utilizar abonos químicos) procedente de su cuadra, purín, en sus praderas o incluso, se sorprenden, para mal, porque el baserritarra les recrimina que se lleven sus manzanas o las setas que hay en sus terrenos privados.

El olímpico pasotismo de una buena parte de la población no es más que la consecuencia de una falta de reconocimiento a la labor que desempeñan los baserritarras cuando, labrando las huertas, cuidando sus viñas, gobernando sus cabañas ganaderas y/o gestionando sus montes y bosques, además de producir alimentos y materias primas para la vida cotidiana de sus vecinos, les garantizan el buen estado de sus praderas, de sus montes y bosques, contribuyen a tener una mejor agua y un aire más puro, etc. Es lógico, por ello, que el manifiesto acordado por las organizaciones convocantes de la movilización, desde su primer párrafo, recalque que necesitan y exigen el reconocimiento social y público de su actividad.

Los baserritarras, arrantzales, y cazadores diría yo, se miran al espejo de la sociedad guipuzcoana, situación que, imagino, será extensible a multitud de territorios y zonas de acá y allá, y se sienten como una gente ninguneada, despreciada, machacada y vilipendiada. Más aún en estos últimos tiempos en los que la lucha contra el cambio climático es la percha perfecta utilizada por diferentes instituciones para apretarles y asfixiarles con numerosas normativas y condicionantes, tan ilógicos como ausentes del más mínimo sentido común que, a la postre, parecen ser los paganos ideales de los desmanes del resto de la población, de otros poderosos sectores económicos e industriales, más difíciles de meter en cintura, o de todos y cada uno de nosotros que viajamos en happyfurgo al Pirineo aragonés, finde sí y finde también, o nos vamos a la Conchinchina cada puente.

Quizás este juntaletras se esté pasando de la raya con esta pequeña lectura de cartilla hacia mis convecinos de la maravillosa Gipuzkoa, pero comprenderán mi hastío cuando veo lo maltratados que son esta gente del campo, de la mar y de la caza.

Por eso mismo, y con esto termino, les invito a todos y cada uno de ustedes a que, cuando menos, tienen la sensibilidad de asomarse este pesado juntaletras del agro, que se miren al espejo particular de su conciencia, y reflexionen sobre su actitud y actuación en el día a día, más allá de las proclamas de bar y de ocasiones extraordinarias, y posterior, actúen en consecuencia. La gente del caserío, los forestales, los arrantzales y los cazadores se lo agradecerán.