Cuando mi hijo empezaba a pedir y reclamar que le comprásemos algo, por lo general bastante caro, acababa con su coletilla preferida de “es que yo lo quiero”, a lo cual, yo, con mi inteligencia natural, le respondía aquello de “yo también quiero ser alto, delgado, guapo, ligón, rubio y con flequillazo, pero la verdad es que soy bajo, gordo, feo, castaño y calvo”, lo cual le generaba una gran frustración y el consiguiente berrinche.

Algo similar les ocurre a los padres y madres que proyectan sus sueños y frustraciones en la vida de sus hijos e hijas y que, golpe a golpe, caída del guindo tras caída y desengaño tras desengaño, se sitúan frente al espejo de la tozuda realidad que, frecuente y lamentablemente, difiere notablemente de lo que uno pensaba y anhelaba para su hijo e hija.

Pues bien, les adelanto una exclusiva mundial. Este choque entre lo imaginado y la realidad también se da en el sector primario y, sorprendentemente, más frecuentemente de lo que ustedes piensan.

Me refiero particularmente al choque que se da entre lo que proyectan, imaginan, sueñan y ansían los responsables de bastantes industrias, cooperativas y/o cadenas de distribución, que se especializan en diseñar el sector productor que más les conviene, proyectando un sector sostenible medioambientalmente, eficiente, bien ubicado para reducir costes logísticos, con costes de producción bajos, calidad suprema, por supuesto, mano de obra barata y con una continuidad en la producción que no desajuste la cadena de producción, transformación y/o comercialización.

Como decía, proyectan sobre el papel lo que les conviene a ellos y a sus balances empresariales, sin caer en la cuenta de que la cuadratura del círculo es imposible y que sus sueños chocan con lo que hay en el campo y, particularmente, en el sector productor. Si la realidad del sector productor no encaja con su diseño teórico, antes de caerse del guindo y modificar lo proyectado en el excel, dictaminan que es la realidad productiva la que está equivocada.

Por lo tanto, todos sus esfuerzos irán dirigidos a cambiar la realidad y seguir con sus cálculos excelianos que, obviamente, le reflejan una rentabilidad que ven peligrar si la realidad productiva no se amolda a su diseño.

El sector cárnico de carne de vacuno vive un momento agónico. A la falta de rentabilidad inherente a la actividad le sumamos el sobrecoste de la maraña normativa que impulsan las instituciones comunitarias, que automáticamente trasladan nuestras instituciones a sus ámbitos correspondientes.

La situación la rematamos con la catástrofe sanitaria provocada por el dichoso mosquito de la Enfermedad Hemorrágica Epizoótica (EHE) y con las consecuencias que acarreará la normativa sobre transporte de ganado que aprobará para fin de año el Parlamento Europeo.

Sumando todo ello hacemos de la torta un pan y así, tomando todo en cuenta, sin olvidarnos de la inquietante evolución del consumo de carne de vacuno, entenderemos perfectamente que las alarmas se hayan encendido al ver que la producción de los primeros ocho meses de 2023 es de 398.000 toneladas, o sea, un 20% menor a las 494.000 toneladas del mismo periodo en el año 2022.

Es más, puestos a teorizar y proyectar, este juntaletras vaticina que el resultado al cierre del año 2023 será aún peor, puesto que, como decía, el mosquito sigue a sus anchas y los costes de producción continúan por las nubes, lo que empuja al sector productor a producir a pérdidas, es decir, por debajo de costes de producción.

Eso sí, como les decía previamente, esta es la santa realidad y el que no lo quiera ver tiene un problema cuya única solución es la visita al oftalmólogo.

Pero aun así, hay quienes se niegan a ver la evidencia y quienes, frente a la tozuda realidad de los números de la microeconomía de las explotaciones ganaderas, se hacen trampas al solitario y optan por rebajar costes de producción.

Se niegan a imputar el coste de la mano de obra familiar, un 95% en el caso vasco e imagino que en otras muchas zonas, se les descuentan las subvenciones y otros muchos trucos de ingeniería financiera para que los tuercebotas del campo se vayan, poco a poco, pareciendo a la imagen soñada.

En este caso me he referido al sector de carne de vacuno, pero otro tanto podemos hablar en otros subsectores ganaderos, como la leche de vacuno, con una patronal láctea, FENIL, totalmente desenfrenada e hiperventilada, que va aireando a los cuatro vientos, incluso con publirreportajes en la prensa amiga, que la industria láctea estatal ha perdido competitividad por lo cara que compra la leche.

Olvidan que su principal problema es y será, más pronto que tarde, la falta de suministro de leche local por el injusto y continuo maltrato al que vienen sometiendo a los ganaderos durante las últimas décadas, lo que ha provocado que, según datos del Ministerio, en el año 2020 el 50% de los titulares de explotaciones eran mayores de 55 años mientras que los menores de 25 años apenas eran el 0,7%.

Mientras tanto, éstos, los de la banda de Luis Calabozo, a similitud de los de la carne de vacuno, comienzan a plantear en sede oficial la necesidad de reflexionar sobre el modelo de explotación que quieren, en teoría, para garantizar el futuro del sector lácteo. En realidad, garantizar su rentabilidad y cuenta de explotación empresarial.

En definitiva, unos y otros debieran pedir cita al oftalmólogo, cuanto antes mejor, para poder discernir la realidad de la teoría sectorial por ellos soñada.