El pasado fin de semana un rebaño de algo más de mil ovejas cruzó por las más céntricas calles y plazas de Madrid con motivo de la Fiesta de la Trashumancia. Al parecer, según la web de Turismo de Madrid, es una fiesta que se viene haciendo desde el año 1994 y el objetivo principal de la misma es reivindicar el papel de la trashumancia y la ganadería extensiva como herramienta de conservación de la biodiversidad y lucha contra el cambio climático.

Si ustedes recurren a la hemeroteca o las redes sociales, observarán unas sorprendentes fotos de esas mil ovejas que circulan por la antigua Cañada Real mirando atónitas a los miles de personas que las asfixiaban con el afán de verlas, tocarlas y retratarlas para, no faltaba más, subir las fotos al Instagram o Tik Tok de marras.

La escena resulta, cuando menos, esperpéntica. Mil ovejas como figurantes de un acto teatralizado y miles de personas que, tras darse su garbeo campero en plena villa del madroño, se lanzan a los bares a tomarse el aperitivo y/o almorzar un menú donde brillarán por su ausencia la carne y los lácteos de esas ovejas, trashumantes, que tanto dicen admirar.

Me reconocerán que, por muy loable que sea el objetivo del acto, las ovejas no son más que meras figurantes o el atrezzo de una representación teatral, cuyas consecuencias para la ganadería extensiva de la zona se esfuman más rápido que lo que los operarios municipales tardan en limpiar las cagarrutas de las calles.

Por cierto, hablando de atrezzo, les confieso que, a semejanza de las ovejas, no son pocos los productores que se sienten utilizados a modo de figurantes en algunas ferias y mercados donde los agricultores y ganaderos ponen la nota folclórica en unos eventos cuyo fin último, al parecer, no es otro que generar movimiento de personas y de capitales para otros gremios como la hostelería y el comercio.

Otro tanto, peor incluso, les ocurre a aquellos otros que acuden casi diariamente a mercados municipales y que, progresiva pero imparablemente, son arrinconados y ninguneados hasta reducirlos a su mínima expresión porque, al parecer, esos baserritarras no son los suficientemente modernos, guays y atractivos como figurantes de un mercado cuyos gestores, concesionarios privados o ayuntamiento directamente, tienen unos proyectos más orientados hacia la hostelería y el mundo gourmet.

Eso sí, no pensando en los ciudadanos habituales de la ciudad, sino pensando más en resultar atractivos para los turistas y consumidores ocasionales. En definitiva, concebir el mercado de alimentos como un atractivo turístico más donde, al parecer, los tristes baserritarras no tienen cabida.

Los hay peores, como ven todo es susceptible de empeorar, como son aquellos baserritarras y habitantes del medio rural que son utilizados a modo de atrezzo por unos impresentables y advenedizos empresarios del turismo rural, que subrayan el sustantivo, turismo, mientras olvidan y desprecian el adjetivo, rural, porque según su opinión, los baturros del campo no generan más que problemas y estropean la bella estampa de la postal campestre.

Tanto es así, que en la última revista de decoración de Casa y Campo que compré, una costumbre que imagino provendrá del oficio de carpintero de nuestro padre, se atreven incluso a recoger para aquellos que proyectan comprar o hacerse una casa en el campo el siguiente consejo que reproduzco de forma literal: “Lo ideal es una zona tranquila y con encanto, pero, cuidado, puede deparar sorpresas, evita explotaciones rurales cercanas que generen malos olores o ruidos molestos”.

No hacen ninguna mención a los beneficios de tener cerca una explotación donde comprar leche, huevos o verdura pero, tristemente, sí se mencionan algunos aspectos negativos.

Acuérdense de aquellos casos más mediáticos que, con razón, tanta escandalera levantan, donde se quejaban del gallo por la mañana, de los cencerros del ganado, de las cagarrutas de las ovejas o del olor del estiércol y se podrán imaginar el caldo de cultivo que se genera para un conflicto social en el medio rural.

Ahora bien, no se crean que esta tendencia a utilizar a los productores y gente del rural como figurantes del paisanaje o del marketing es algo exclusivo de unos pocos. La tendencia se expande más rápido que la pandemia y, así, nos encontramos con instituciones que nos convocan a reuniones que no son más que mero atrezzo para posteriores ruedas de prensa donde se comunican decisiones y posicionamientos previa y unilateralmente adoptados.

Es más, los hay quienes más finamente, en nombre de sesudos e interminables procesos de participación, utilizan a los baserritarras y sus representantes como meros figurantes para así, finamente, llegar a la conclusión prevista.

A lo dicho, al igual que las ovejas de Madrid son plenamente conscientes de que son utilizadas como figurantes, los productores y gente del rural son, reconozco que no siempre, plenamente conscientes de que también son utilizados como atrezzo. Lo que peor se lleva es poner cara de tonto y hacer como que no te das cuenta de que te utilizan. l