Poco a poco, queridos sufridores, con la lectura de mis filípicas semanales me van conociendo. Van conociendo la gente y fauna que me rodea, dicho con todo el cariño, pero también van conociendo mis querencias y mis fobias.

Dentro de las fobias, y miren que yo no soy, exactamente, lo que se dice una persona de caserío, están las chorradas, cada vez más frecuentes, de esta sociedad de pichiglas en la que vivimos.

Sabedores de ello, algunos lectores y seguidores me hacen llegar, principalmente a través de las redes sociales, noticias curiosas, sorprendentes y llamativas para que, emulando al noble morlaco, entre al trapo como elefante en la cacharrería.

Pues bien, una de las últimas que me ha llegado es la aparición de un yogur, Yow up, para perros y gatos. Es un producto sin lactosa que, según su propia web, complementa la dieta de las mascotas al aportarles un calcio de excelente biodisponibilidad propio de la leche que, afirman, es vital para el cuidado del cabello y de la piel.

A todos los beneficios para el chucho le sumamos lo cómodo que es para el propietario, que le puede dar un yogur mientras él se toma una caña en el bar, no vaya a ser que el perro lo mire mal.

Por cierto, una mascota, perro o gato, que según la ley de animales de compañía recientemente aprobada por el Parlamento Vasco, ha pasado a ser calificado como ser sintiente.

Imagino que el debate parlamentario habrá sido intenso para ver cómo se califica a los animales de compañía, para no herir sensibilidades ni concederles derechos equivalentes a los humanos ni dejarlos pelados de derechos, pero convendrán conmigo que el resultado final, ser sintiente, es feo de narices. Horrible, por no decir algo peor.

Llamar o identificar cada cosa por su nombre resulta harto difícil y más aún, en un mundo como el agroalimentario, donde a la buena voluntad de una gran mayoría se suma la voluntad de unos pocos que priorizan el negocio ante la verdad y la transparencia, con el único objetivo de hacer negocio.

Todos conocemos productos vegetales, ultraprocesados en su mayoría, que recurren a terminología equívoca, cuando no falsa, para presentar estos productos de origen vegetal como si fuesen productos lácteos y/o cárnicos.

Hay, al parecer, mucho dinero en juego y por ello, las grandes empresas agroalimentarias, sin querer perder porción de tarta, juegan a todos los palos, al vegetal y a la leche, al vegetal y a la carne para, poniendo una vela a Dios y al demonio, ganar de todas, todas.

Hace dos años escasos, el pleno del Parlamento europeo votó a favor de prohibir el uso de terminología láctea para productos de origen vegetal pero no llegó a prohibir terminología cárnica para productos de origen vegetal.

Pues bien, ahora, Francia ha dado un pequeño paso adelante, aunque escaso, y prohibirá que se utilicen términos cárnicos como filete y salchicha para productos de origen vegetal, aunque seguirá permitiéndolo en el caso de las hamburguesas.

En el Estado español, que yo sepa, no hay intención alguna de preservar la terminología cárnica para los productos de origen animal, no vaya a ser que las grandes empresas cárnicas estatales, que como decía juegan la partida con todas las cartas en sus manos, las cárnicas y las vegetales, se enfaden y despierten a Don Luis, el plano, de su siesta.

La terminología utilizada en cualquiera de los casos nos permite algo tan básico como necesario, que es hablar con propiedad. Y si seguimos a pies juntillas con las directrices que nos marcan los poderes del mercado y sus insaciables ansias de acumular beneficios, acabaremos con un lenguaje, al menos en la cuestión agroalimentaria, tan falso como prostituido donde, al final, no sabremos si estamos comiendo carne, bebiendo leche, agua con soja o si estamos comiendo, hablando lisa y llanamente, plástico.

Hablar con propiedad es tan importante que, más allá de los alimentos, la guerra ha llegado a la madera puesto que, recientemente, hemos podido leer una noticia sobre el desarrollo de un material vegetal cultivado en laboratorio que, posteriormente, permite la producción de materiales similares a la madera.

Obviamente, aunque ustedes no lo sepan, los investigadores que impulsan y los fondos de inversión que impulsarán la comercialización de dicha tecnología no lo hacen para enriquecerse, si no para colaborar en la lucha contra el cambio climático, mejorar el medio ambiente del mundo mundial y de paso, acabar con la deforestación.

En fin. Unos y otros no plantean una producción (leche, carne, madera, etc.) sostenible, controlada y dispersa por todo el mundo, con el objetivo puesto en la población de cada uno de los países. No. Ellos lo que quieren es concentrar la producción de esa solución en unos pocos laboratorios, por supuesto de su propiedad, y obviamente, engordar sus cuentas corrientes.

En su opinión, es primordial que se identifiquen sus inventos y tecnologías como la solución apropiada, no vaya a ser que, en caso contrario, la solución al cambio climático esté en manos de millones de miserables agricultores y forestalistas mientras ellos, los poderosos, se quedan con un palmo de narices.

Ya lo dice el refrán, si cagásemos oro, los pobres nacerían sin culo.