La pérdida de memoria histórica se parece a la niebla que cubre nuestros valles estos días. Desmemoria real o provocada que opta por recordar sólo unos hechos pero no otros, o equiparar unas víctimas con otras para cerrar la cuestión con ese injusto “aquí hemos sufrido todos” y a otra cosa mariposa. Por eso es vital seguir recordando. Así se ha hecho con la matanza del 3 de marzo de 1976 en Gasteiz. Pero la niebla en temas de memoria se suele volver más espesa en función de la postura que defendimos, o todavía defendamos, respecto de si está bien o no, violar derechos para obtener objetivos políticos. Aún más cerrada será la niebla si en su momento alentamos las vulneraciones producidas, o miramos para otro lado. Por ello, espero que hoy recordemos con el mismo ahínco que lo de Gasteiz que hace solo quince años Isaías Carrasco fue asesinado por ETA en Arrasate. Tras una bomba trampa contra la Er-tzaintza en el monte Arnotegi y un artefacto contra la casa del pueblo de Derio, el 30 de abril de 2008, ETA arengó, a quien aún quisiera escucharle, que había que abstenerse y boicotear las elecciones generales del 9 de marzo. A menos de 48 horas para la votación, ETA quiso subrayar su mensaje con cinco disparos que asesinaron a Isaías a la puerta de su casa. Algunos albergamos la esperanza de que la tragedia ofrecía a la sociedad vasca una oportunidad para acercarse a las urnas, al menos para dar la espalda a aquel asesinato. No fue el caso. La abstención fue similar a la de los comicios forales y municipales previamente celebrados aquel año. En el merecido homenaje que el Ayuntamiento de Arrasate, entonces sí con el apoyo de todos los partidos, hizo a Isaías en el año 2018, la alcaldesa de EAJ recordó que “como institución no estuvimos a la altura”. Hoy, un nuevo 7 de marzo, no es tarde para volver a preguntarnos: y como sociedad, ¿estuvimos a la altura?