Si hay vídeos en mi casa que no nos cansamos de ver en esas tardes tontas de lluvia, son los de mis hijos de niños abriendo sus regalos en Navidad. Imágenes que irradian inocencia y felicidad puras, aún sin contaminar, que con los años, siempre demasiado pronto, se han ido oxidando. ¿Cómo transmitirles hoy a mis hijos adolescentes que terminamos negociando sobre los dichosos regalos quizás porque lo más importante ya lo tienen? Y es ahí donde surge la nueva campaña que la Diputación ha creado para conseguir familias que acojan a niños/as y adolescentes que están bajo su tutela. Breves historias de siete chavales, a los que la vida aún no les ha ofrecido el calor del amor de una familia, y que piden al nuevo año ser acogidos en una. Lejos quedan aquellos orfanatos desde los que tantos niños huérfanos o abandonados treparon para sobrevivir. Muchos otros comenzaron en ellos a tejer la tela de araña que los atraparía en su vida adulta. Luego, aquellos que sí tuvieron infancia, se atrevieron a gritarles ¡culpable!, sin querer ver ni oír, al niño que aún tiritaba de miedo en los cuerpos de mujeres y hombres que no siempre tomaron las mejores decisiones. Pero, ¿quién puede salir fácilmente a flote con el ancla de no haber tenido un aita y una ama que te quisieron atada a los pies? Hoy contamos con servicios y programas para evitar que la falta de una familia adecuada hipoteque tu futuro. Sin embargo, el dinero y los decretos construyen carreteras y polideportivos, pero no pueden crear familias de acogida. La solidaridad, y menos de tan alta calidad como la que se requiere, no se compra. Gipuzkoa tiene ya 350 familias que demuestran que la semilla del compromiso hace años que da fruto. Que las lluvias de 2023 nos den una nueva cosecha de familias, al menos para los siete magníficos que más lo necesitan: Teresa, Fani, Melissa, Miren, Omar, Sergio y Jon.