Los quitamiedos son esas barreras metálicas diseñadas para mantenernos dentro de la carretera. Los motoristas y ciclistas sí los tienen presentes, pero la mayoría de los que conducimos un coche, pese a su importancia, no somos conscientes de su existencia. Para los investigadores Levitsky y Ziblatt, los quitamiedos son la metáfora perfecta para explicar las razones por las que la calidad de la democracia norteamericana lleva años en caída libre. A su entender, la razón no se encuentra tanto en el respeto a las reglas escritas en su constitución, como a dos normas curiosamente no recogidas en ella: aceptar a los adversarios políticos como rivales legítimos, esto es, con el mismo derecho que uno a aspirar al gobierno y a ejercerlo; y la moderación del que gobierna. Así, la tolerancia mutua entre los partidos y la contención cuando a uno le corresponde gobernar, son los quitamiedos de la política que han ayudado a que la democracia no se haya salido del todo de la calzada para precipitarse por el barranco de la dictadura. Comportamientos de respeto en los que solo reparamos cuando dejan de ser habituales. Hoy que la política juega a la meteorología con tantos avisándonos de los nubarrones, corremos el riesgo de no percatarnos de que algunos quieren aprovechar la borrasca para, al grito de “todo está mal’’, susurrarnos que esos quitamiedos ya no tienen sentido. EEUU o Argentina, con sus diferencias, son dos ejemplos actuales de lo rápido que un pueblo puede alejarse de la democracia. Es cierto que la alegría tras la superación de la pandemia duró muy poco y que los viejos y nuevos problemas golpearon nuestra puerta demasiado pronto. Ucrania y la inflación, no solo se colaron en los titulares y las tertulias, sino que han anidado en los recibos de nuestros gastos mensuales. Por ello, necesitamos soluciones, no hay duda, pero no a cualquier precio.