a agenda ultra de la derecha en Europa ha adquirido en la última semana una visibilidad significativa. Desde la rebelión al modelo de consenso de la Unión Europea ejercida en Polonia y seguida en Hungría, hasta el reverdecimiento del discurso nacionalderechista en Francia e Italia, hasta llegar a la exhibición de Vox el pasado fin de semana. El común denominador de estas agendas es la exaltación de símbolos nacionales por imposición a los que representan la diversidad social, cultural y política de sus estados; la persecución de los principales logros sociales en materia de libertades individuales y especialmente en materia de género; y una inmoderada recentralización que acumule poder en un núcleo administrativo para sujetar la divergencia en los ámbitos territoriales donde su modelo no sea mayoritario. La retroalimentación que provoca esta estrategia alcanza a las izquierdas, tentadas de responder a esa radicalidad con la suya propia como eje de una acumulación de fuerzas que propugnan a la vez que se disputan el liderazgo interno. En este escenario queda desdibujado el equilibrio del centro ideológico, el que durante décadas ocuparon la democracia cristiana y la socialdemocracia, al que se añadió en su momento el llamado reformismo liberal. Pero este espacio es capital en la construcción de conciencias colectivas por medio del consenso y la adhesión, frente al pulso y la imposición. El populismo de uno y otro extremo tiene herramientas y estrategias aplicadas en el pasado y cuya momentánea sensación de éxito llevó a desequilibrar el punto central de la convivencia. En el Estado español no hay partidos de ámbito estatal que reivindiquen el centro. El PP es cómplice de haber dado carta de naturaleza a la ultraderecha asumiendo su discurso, asociándose con ella en gobiernos autonómicos y alimentando con el silencio, cuando no con la adhesión, los discursos más rancios en materia de convivencia y derechos sociales. En el otro lado, el PSOE está perdiendo la oportunidad de rescatar un modelo de estabilidad en términos de plurinacionalidad, reconocimiento de la diversidad mediante mecanismos prácticos de bilateralidad y corresponsabilidad socioeconómica. Sin esa estabilidad, sigue a merced del oleaje que generan las embestidas de la derecha populista. Y lejos de los consensos que aporta el centro político.