entro de dos meses se cumplirá un año desde que el coronavirus puso nuestras vidas patas arriba. Diez meses de subes y bajas en la curva de una epidemia que sigue sin ofrecer una tregua y que se encamina a una tercera ola justo cuando ha comenzado la administración de las primeras vacunas. Todas las esperanzas para dejar atrás esta pesadilla y recuperar la normalidad sanitaria, social y económica de antaño están puestas en el éxito de la vacunación, pero el arranque de la campaña es una muestra de la complejidad del desafío, mucho más cuando existe una dependencia total de los fabricantes extranjeros, ahora mismo, funcionando como un monopolio. Más allá de polémicas sobre el ritmo de inoculación del antígeno, que han puesto al desnudo la falta, por parte del Gobierno español, de una estrategia coherente en el reparto de las dosis en línea con las recomendaciones de las empresas productoras, la sociedad empieza a mostrar signos de que se encuentra ante un momento crítico. El cansancio por una situación que se prolonga sin un final claro y la esperanza puesta en una vacunación que puede inducir a la relajación en el cumplimiento de las restricciones es un cóctel de riesgo, y algo de eso parece que ha ocurrido este fin de semana en Euskadi. En los tres territorios de la CAV se han disparado las sanciones por cuestiones relacionadas con la movilidad y los grupos máximos, además de otros episodios, como los incidentes registrados, otra vez, en la Parte Vieja de Donostia, lo que ha llevado a la Ertzaintza y a las policías municipales a expresar su preocupación por la evolución de este fenómeno. Y en este contexto, lo que estaba a llamado a ser, un año más, el día grande en Donostia y Azpeitia con la celebración de la fiesta de San Sebastián, por culpa de la pandemia se va a tener que aplazar, en el mejor de los casos, hasta el año que viene. Los mandatarios municipales de ambas localidades han enviado a sus conciudadanos un mensaje apelando a la responsabilidad. Es decir, a celebrar la fiesta cuidando de cumplir con las restricciones y las normas anticontagio: en casa, desde el balcón y en compañía de los convivientes, sin bajar los brazos por fatiga de pandemia y sin romper con las normas que nos obligan a todos para salvar una crisis sanitaria que ni mucho menos está superada.