o sin mucho suspense y una extraordinaria tensión ante el agónico recuento de votos y los estrechos márgenes en los que se han movido las preferencias de los electores y, sobre todo, la irresponsable actitud del hasta ahora presidente de EEUU, ya puede afirmarse que la ciudadanía norteamericana ha enterrado felizmente la era Trump, una de las etapas más nefastas de su historia democrática. La confirmación de la victoria del líder demócrata tras ganar el estado clave de Pensilvania (con sus 20 votos electorales) y salvo un improbable pronunciamiento contrario por parte de la Justicia a la que recurrirán los republicanos, Joe Biden será, con toda legitimidad, el nuevo presidente de los Estados Unidos. Una legitimidad que nace del propio sistema democrático que Donald Trump se ha empeñado en destruir desde su óptica puramente personalista y populista porque no le beneficia para sus intereses y que, pese a sus evidentes desajustes, ha logrado una movilización del voto histórica en el país, lo que refuerza su proclamación. Como cabía esperar, sin embargo, Trump mantiene sus falsas acusaciones de fraude y su aún más falsa afirmación de que él es el ganador de las elecciones. Una actitud que le retrata, pero que es sumamente peligrosa. Si algo han puesto en evidencia los comicios, antes incluso de la propia campaña, es la gran división y polarización política existente en Estados Unidos, lo que supone que Trump tiene tras de sí un importantísimo apoyo popular -y muy transversal-, el mayor que ha tenido un candidato republicano, y con muchos seguidores dispuestos a todo frente a una presidencia no afín. El primer y más urgente reto de Biden, antes incluso de tomar posesión de la Casa Blanca, será rebajar la tensión, sobre todo en las calles donde se atisban y se temen disturbios, tender la mano no a Trump, sino a los millones de norteamericanos que han votado al republicano, para encarar el futuro y, como dijo ayer mismo, gobernar “para todos”. Aunque sea una quimera, el perdedor, Donald Trump, por su parte, debería reconocer la victoria de Biden, contribuir a sosegar los ánimos, dejar de deslegitimar los comicios aferrándose de manera pueril al poder y garantizar una transición normalizada, como corresponde a un país civilizado. El mundo mira a Biden y a EEUU con esperanza, preocupación e incertidumbre.