o que ya solo se puede calificar como un aumento exponencial de la transmisión del coronavirus SARS-CoV-2 en la mayor parte del continente europeo, con cifras de contagio que en algunos casos se asemejan a las de las peores semanas de marzo, y la presunción de que la pandemia durará meses, toda vez que en el desarrollo de las vacunas parecen coincidir la fase final con una de ralentización, ha llevado a la Organización Mundial de la Salud, en la voz de su director de emergencias, Michael Ryan, a señalar como uno de los principales motivos el incumplimiento de los confinamientos por los ciudadanos y su falta de disciplina con las medidas preventivas. También ha extendido sus críticas a "muchos gobiernos europeos" que decidieron relajar las restricciones, algo que la OMS ya hizo en abril, cuando les acusó de "no educar al público" y posteriormente en julio al censurar sus mensajes "contradictorios". Y sin duda el organismo de la ONU posee razones suficientes para esas críticas. No siempre los ciudadanos y sus gobiernos han llegado a comprender el verdadero alcance y la gravedad sanitaria de la pandemia -ya mezclados en confusión con los efectos sociales y económicos de la misma- que la falta de previsión o de preferencia en las políticas públicas ha incrementado. Y ese llamamiento a la responsabilidad individual en la actitud de cada persona y en la implementación de medidas restrictivas por las administraciones y su prevención frente a la utilización política ni se puede ni se debe ignorar como, por desgracia, ha venido ocurriendo en ámbitos no demasiado lejanos. Pero la OMS tampoco puede utilizar el ventilador de la culpabilidad para no sentirse responsable en cuanto a obligaciones y competencias que le corresponden. Primero, en su tardía reacción a las informaciones sobre un nuevo coronavirus cuando este empezó a extenderse en Wuhan; más tarde, en su escasa eficacia en la comunicación global de la gravedad de lo que estaba ocurriendo en China; a continuación, en la falta de claridad respecto a las mejores formas de enfrentar la transmisión; y, todavía ahora, en su muy relativa eficiencia a la hora de impulsar el desarrollo no ya de vacunas sino de tratamientos para el COVID-19, como demuestra el anuncio solo en las últimas horas y sin informe comparado adjunto de la ineficacia de varios medicamentos que se han venido empleando por sanitarios de todo el mundo.