Queda la duda de si tirará o no de la manta, si es que hubiera manta de la que tirar. José Luis Ábalos, de momento, se ha comido el marrón y flota ingrávido en el Grupo Mixto mientras el PP vapulea a Pedro Sánchez y desfilan ante el juez Koldo y su banda. Nada nuevo. Nada nuevo en la política, quiero decir. Y es que de vez en cuando se remueve el cenagal de la mierda y salen a flote las nuevas remesas de pillos, de presuntos sinvergüenzas que maman de las ubres de las influyentes excrecencias políticas. De nuevo, los corruptos de ayer se rasgan las vestiduras y claman contra la corrupción ajena de hoy. No claman por sanear el aire y hacer más respirable la convivencia política, sino para sacar tajada y mantener o recuperar el poder. Fue de ver, el espectáculo de “y tú más” en el pleno de control.

Hemos conocido múltiples episodios de corrupción en la política desde que ha sido posible conocerlos, porque cuando el Caudillo todo fue corrupción ignorada. Cierto es que en algunos casos han sido descubiertos, incluso judicialmente penados, notorios sinvergüenzas aforados, aspirantes o simples garrapatas al olor del dinero negro y fácil, pero la verdad es que no parece posible evitar esa sospecha permanente en amplias capas de la sociedad de que la corrupción y el enriquecimiento chungo son inseparables del ejercicio profesional de la política. En ese mundo pululan y a él se arriman un ejército de sinvergüenzas, que se tomaron en serio y como dogma aquella cínica declaración atribuida al que fuera ministro Zaplana pero que tuvo el copyright del secretario general del PP de Valencia Vicente Sanz: “Ha venido a la política para forrarme”. Hala, ahí queda eso.

Hemos visto, atónitos, desfilar por los tribunales –después de forrarse, claro- a todo tipo de sinvergüenzas cubiertos y encubiertos bajo el manto, o la gorra, o la barretina, o la boina de la política. Han desfilado por las páginas de sucesos o de tribunales presuntos sinvergüenzas cutres por la izquierda como Juan Guerra, o Luis Roldán, o este tal Koldo García ahora en candelero, o presuntos sinvergüenzas fashion por la derecha como Rato, o Zaplana, o Bárcenas, o Jaume Matas, y también conspicuos nacionalistas como los Pujol o los De Miguel’. No son más que una muestra, pero son muchos más los que pasaron por el banquillo a cuenta de haberse llenado los bolsillos agazapados en la política. Vaya personal.

Parece casi de oficio añadir que hay muchas personas que ejercen la política de manera honrada y sin más intención que aplicar sus principios ideológicos a la sociedad, de la que se sienten servidores. Pero es difícil evitar la sospecha, además fundada, de que la dedicación a la política es un oficio bien pagado en el que muchas veces la responsabilidad personal queda diluida en las siglas. Y, visto lo visto, conocido lo conocido, cuando el poder está cerca, cuando puede tocarse con las manos, puede uno dar el salto de bien pagado a presunto sinvergüenza forrado. Todo es cuestión de saberse arrimar y estar a la que salte, ya sean mascarillas, o autopistas, o microchips. Con buenos contactos y cerca del poder, siempre podrá pillarse alguna comisión.

Insisto, es muy posible que esta lista de presuntos sinvergüenzas sea una excepción, es posible que los sueldos de los políticos sean acordes a su dedicación y responsabilidad, pero episodios de corrupción como los que se han prodigado desde que se ejerce la política en democracia han provocado en amplios sectores de la sociedad una profunda desconfianza y una peligrosa desafección.