Andábamos aquí distraídos con nuestros pactos municipales y cogiéndonosla con papel de fumar con quién sí y con quién no, cuando va “la derechita cobarde” y saca los pies del tiesto. Estaba al caer el abrazo con Vox en la Comunidad Valenciana y a Borja Sémper, ese buen chico tan moderado y tan presentable fichado por Feijóo, se le iba a quedar al aire el culo político. Proclamó primero en vano lo de “vamos a intentar hasta el final conformar gobiernos solo formados por el PP” y, cuando vio venir la que venía y que, además, el candidato propuesto por Vox en Valencia era un tal Carlos Flores, condenado en su día por violencia machista, el pobre Sémper recurrió a la ética: “Obviamente, alguien que es un maltratador que ha sido condenado por maltrato no es alguien que se debiera dedicar a la política”.

Acto seguido, todas estas líneas rojas se fueron al carajo. El jefe Núñez Feijóo bendecía la toma del Gobierno valenciano a repartirse entre PP y Vox, y el tal maltratador Flores recibía la patada para arriba como cabeza de lista al Congreso. Un maltratador, amigo Borja, no debe dedicarse a la política pequeña, a la política autonómica, sino a la grande, a la de todo el Estado.

Y bueno, ya se ha abierto la veda. El PP ya no se esconde y lo que fue casi de tapadillo en Castilla-León, ese acuerdo de Gobierno con la extrema derecha cuando Feijóo sólo era una esperanza blanca, va a ser la norma en 135 ayuntamientos y en unas cuantas comunidades autónomas, todas las que puedan. El PP ya se ha sacudido cualquier complejo y está decidido a compadrear con Vox allá donde sumen para pillar poder. Derecha extrema y extrema derecha han normalizado su relación sin ningún rubor y ya no se esconden.

Por supuesto, cada quién es libre de elegir en política a sus compañeros de viaje, pero es indecente que durante todos estos años, desde que Rajoy fue fulminado por una moción de censura y llegó al Gobierno Pedro Sánchez con el apoyo de todas las fuerzas progresistas, el PP ha basado su oposición en los apoyos “indeseables” que el Gobierno recibe de partidos independentistas, centrando sus ataques furibundos casi exclusivamente, obsesivamente, en EH Bildu.

En su zafiedad, y coreado por sus medios afines, el PP ha centrado todo su discurso en trasladar a la opinión pública y a la opinión publicada el disparate de un pacto de Sánchez con ETA y la ignominia de un Gobierno de España conchabado con los enemigos de España. Han hecho anatema de los compañeros de viaje y trazado una escandalosa línea roja que excluye a todos los acuerdos que no sean con ellos. Pues mira por dónde, ni medio sonrojo para pactar y gobernar ahora con los que abominan de la Constitución, regresarían al centralismo, detestan el feminismo, presumen de su supremacismo, amenazan con su xenofobia, niegan el cambio climático, promueven el ultraliberalismo y añoran el franquismo. Con esos, sí. Porque, según Feijóo, “no se puede comparar pactar con Vox a pactar con Bildu”.

Y allá van, banderas al viento, a la toma del poder de la mano de la ultraderecha sin ningún pudor, sin complejos. A fin de cuentas, hasta ayer iban todos en el mismo barco del que Abascal se largó para medrar y flamear el banderín de enganche que reclutó al franquismo residual que siempre estuvo agazapado en el PP. Odios de familia, que se disimulan mientras se reparten el pastel.