Dicen que el asunto de las vacunas furtivas y a escondidas es cosa de la picaresca hispana, como el timo de la estampita que pusieron en escena de manera magistral Mariano Ozores y Tony Leblanc a la caza del paleto en las rampas de la estación madrileña de Atocha. No somos los watusis, como en la vieja canción, la mayoría somos los paletos a los que se la juegan a diario de mala manera unos chungos y unos fules con una falta de respeto que parece una indispensable condición de buen gobierno o de gobierno a secas.

¿Picaresca? Lo dudo. Quién lo afirma no conoce bien la picaresca, yo tampoco si vamos a eso. Pero estimo que rebajar las canalladas a picaresca es, de alguna forma, absolverlas, reducirlas a una digerible trampa simpática, folclórica, racial y hasta patriótica, y lo sucedido con las vacunas de folclore no tiene nada y de patriotismo menos, de bellaquería en cambio mucho. Obispos, clérigos, militares, políticos de profesión, gente con mando en plaza se ha aprovechado de su situación preeminente y comportado de una manera asocial, en perjuicio directo de sus conciudadanos más necesitados. Eso lo dice todo. De picaresca nada. El Pícaro, el que puso en escena Mateo Alemán en 1599, y todos los hermanos y hermanas de esa fraternidad de la pirueta, no eran más que unos desdichados que se las ingeniaban para sobrevivir precisamente a causa de la presión de unos estamentos sociales mejor situados. La mala suerte y la peor destreza para gestionar los asuntos propios, confesadas con falsa humildad, eran un antifaz de unas denuncias vitriólicas de los abusos de los poderosos. Estos de las vacunas no, estos solo demuestran su peligrosidad social, su rostro de maleantes, opositores a una Gandula (antigua ley de Vagos y Maleantes) de nuevo cuño y para ellos solos. No les asiste derecho alguno, no más que el reglado de la mayoría: vacunarse cuando toque, si es que quieres, claro.

Entiendo lo sucedido como una franca y risueña invitación al sálvese quien pueda y al que venga detrás que arre y que cada cual reme en su canoa y demás frases hechas que por muy antipáticas que resulten, revelan que lo que cuenta es salvarse de la quema uno mismo y que al prójimo le den por retambufa o que vaya a Cáritas. Es de carcajada acordarse de las líricas fantasías del comienzo de esta calamidad. Era una prueba, dura, la que estábamos pasando, una prueba de la que íbamos a salir mejores personas, ahí es nada, mejores personas, más fraternales, más solidarios, con más empatía hacia el prójimo. Cá, a lo dicho, nada, fantasías, tal vez no peores, porque está visto que no es fácil, pero sí los mismos, enseñando la peor cara, la que de ordinario se oculta porque es fea y puede perjudicarnos en el comercio social. Esos cuidados, en situaciones como las que estamos viviendo, están de más. Ande yo caliente el refranero tiene no pocos repulsivos refranes para amparar el abuso y el egoísmo.

Si algo veo que cunde en esta ya prolongada situación es una misantropía y una fobia social agudizada por episodios como la imbecilidad de la Ana Rosa Quintana, vía televisión, pidiendo que, en primer lugar, le pongan la inición al rey. ¿A título de qué? ¿De derecho de pernada? Abren la boca y enseñan no la patita, sino el sielso; y eso es, cuando menos, poco higiénico. Revelan que creen con firmeza en que hay ciudadanos de primera (ellos) y de segunda el resto y prescindibles, como los ancianos que están recluidos en las residencias que contar lo que se dice contar cuentan poco, salvo para titulares bomba. Solo estamos en el mismo barco si les conviene y pueden sacar algo del pasaje de palomos. Parece que se olvida lo fundamental: siguen falleciendo personas víctimas del covid-19, los contagios no se detienen, las dotaciones hospitalarias están amenazadas de colapso es decir, el día a día no está para bromas ni para filosofías, ni mucho menos para majezas televisivas brindadas al tablado de majos y majas ya vacunados que se abanican con su título de ciudadanos de primera, mientras suena el banderita tu eres roja, banderita tu eres gualda.