No, no soy tan iluso como para creer que todos los que gritan a favor de la enseñanza en castellano lo consideren una opción más: muchísimos, si pudieran, la convertirían en la única. Tampoco ando falto de luces como para pensar que una ley vaya a romper la hegemonía de un idioma gigantesco. Es más, ni siquiera opino que sea una tragedia estudiar en una lengua no materna. Millones de chavales en España, y en el mundo, lo hacen, y no pasa nada. Pierden algunas cosas, ganan otras, y cada familia decide si le compensa. Cuando era pequeño se oía que en la ikastola no aprenderías español. De joven, que tus padres no te podrían ayudar con los deberes. Ahora se escandalizan si un crío escribe “kasa”. Mejor saber dos idiomas con alguna falta que uno solo sin ninguna.

Dicho lo cual, y ya viene la curva, estoy en contra de que se elimine la posibilidad de que el castellano sea lengua vehicular. Lo escribió Gabriel Aresti en 1967: “Aquí vivimos algunos vascoparlantes, y pedimos escuelas en euskara para nuestros niños, pues esa será nuestra libertad. Quienes nos las niegan son fáciles de calificar. Pero en esta sociedad también viven niños erdaldunes, y forzarlos a que estudien en nuestras escuelas vascas, eso es fascismo.” Para mí tanto no es, pero sí un evidente recorte de libertades con el que no estoy de acuerdo, coincida en ello con franquistas o cosmopaletos. Quienes, presa de un automatismo ideológico, apoyan eliminar esa opción de estudiar en castellano sin duda no lo han traducido al paisaje local. ¿Obligarían a todos los navarros a estudiar todo en euskara? Pues esa tabula rasa se aplica a todos los catalanes. Qué bien nos tatuamos en cuerpo ajeno.