borja Sémper se va, y mucho se dice sobre su ayer político y su mañana laboral, sus tres hijos, sus dos libros y su mujer. Lo normal en un país parlanchín. Lo terrorífico es que esa cháchara ideológica, ese runrún de barra podrían no haber existido por ausencia del protagonista, porque a la persona que más tarde ascendería en el partido, tendría tres hijos, escribiría dos libros y se iría a trabajar a Madrid alguien le intentó robar ese futuro. Y de haberlo logrado, habría eliminado la opción de que sus contemporáneos lo juzgaran hoy como lo están haciendo.

Hablar de Borja Sémper es hablar de José Ignacio Iruretagoyena, concejal de Zarautz al que con 35 años impidieron ver crecer a sus hijos de cuatro años y ocho meses. Si le hubieran dejado vivir, debatiríamos ahora con él sobre el euskara y la Real. Y es hablar de José Luis Caso, concejal de Rentería, jubilado con dos hijos al que arrebataron el regalo de reírse con su nieta. Si hubieran errado el tiro, quizás discreparíamos sobre la visita de Albert Rivera al pueblo. También nos es imposible rebatir la opinión de su sustituto en el Pleno y compañero en la tumba, Manuel Zamarreño, calderero en paro con cuatro hijos al que despedazaron a los 42 años. Tampoco sabremos nunca cómo le habría ido la tienda de chuches a Manuel Indiano, concejal de Zumarraga a cuya novia enviudaron estando embarazada de siete meses.

Hablar de Borja Sémper, para alabarlo o vituperarlo, sobre todo es hablar de que solo por fortuna podemos hacerlo. He ahí lo injusto y absurdo del crimen. Pues, así como está, y así como están sus tres hijos, podrían no haber estado. Tan espantoso como cierto.