n 1988 Wilkes y Leatherbarrow juntaron a un grupo de personas para contarles con todo lujo de detalles una historia sobre un incendio en una casa que había sido provocado por unos botes de pintura muy inflamables que se acumulaban en el sótano. Justo antes de finalizar el experimento psicológico, les dijeron que tenían una nueva información que desmentía lo dicho: no había botes de pintura. A los días, cuando volvieron a reunirse con los participantes casi la mitad, aun recordando que no había pintura, creían que esta era la causa del fuego.

Cada vez más franceses votaron a Le Pen y miles de andaluces elegirán a Vox en las elecciones autonómicas de junio confirmando que, como en ese experimento, preferimos tener una explicación, incluso aunque sepamos que es falsa, que no tener ninguna. Y hoy que vivimos rodeados de problemas que no llegamos a entender, con crisis, guerras y amenazas que realmente no son fáciles ni de explicar, la ultraderecha ofrece, especialmente a los que peor les va, una explicación clara. Son la homeopatía de la política. Muchos intuyen que lo que les dicen no es verdad, pero prefieren comprar su relato. Y les entiendo. Necesitamos creer en algo y más cuando pintan bastos. Pero que algunos quieran engañarnos no es nuevo. Lo novedoso es esto que han llamado posverdad, lo que viene después de la verdad y que es mucho más inflamable que la mentira porque con ella no buscan embaucarnos, sino marearnos hasta que ya no sea posible distinguir lo verdadero de lo falso. La extrema derecha nos vende que no hay nada real, solo interpretaciones. Por eso, como con la religión, no funciona extinguir este incendio con litros de evidencias. Buscan un votante creyente para el que la verdad es solo aquello que quiere que sea verdad y que niega la discrepancia, propagando un incendio que puede calcinar las raíces de la democracia.