ste mes iniciarán estudios universitarios, solo en la universidad pública, 8.420 personas. El 42% de ellas lo hará en estudios sociales y jurídicos, donde caben carreras bien diversas, desde las empresariales hasta la criminología, pasando por trabajo social, derecho, periodismo o nuestros futuros maestros, doblando a los que se han matriculado en ingenierías y arquitectura. Pese a la pandemia en la que, aparentemente, se ha dado gran relevancia y reconocimiento social, a la ciencia y a la salud, son los estudios relacionados con ellas los que menos nuevos estudiantes tendrán. Cualquiera que estudie enfermería o ingeniería electrónica sabe que se lo van a rifar en el mercado laboral, pero parece que el discurso de "estudia algo que tenga salidas", como ya ocurriera en mi época, no termina de ganar adeptos. Y no será porque no se repita. Va ser que los humanos buscamos, con todas nuestras contradicciones, en una sociedad en la que nos vemos y se nos ve, más como consumidores que como ciudadanos, algo más allá que solo un salario. Llevamos décadas de discurso machacón a favor de que uno se forme para trabajar. Pero se sigue revelando en muchos, como me ocurrió a mí, el impulso por aprender para dedicarse a lo que les mueve por dentro. Se dice eso de "cómprate un buen colchón que pasamos muchas horas durmiendo", pero cuando hablamos del empleo, que se lleva aún más horas, solo importa tenerlo, y que cuanto más te paguen por él, mejor. Resulta que el insensato es el que decide querer dedicar su vida laboral a lo que le gusta, y no aquel que ansía que acabe su jornada para hacer lo que realmente le apasiona. Muchos como yo apostamos por hacer del trabajo un lugar de desarrollo personal y contribución social, y no solo un ingreso mensual. Todo mi ánimo pues a los que han decidido asumir el reto de ser dueños de sus vidas, también laborales.