n la película El Padrino, Don Corleone ordena que decapiten al caballo de un productor de cine que no quiere dar trabajo a su ahijado. La cabeza, aún sangrante, sobre una cama, ha pasado al imaginario social como un ejemplo de cómo se las gasta la mafia. Esta escena vino a mi mente cuando vi el vídeo del alcalde de Albatzisketa describiendo como habían matado a una de sus vacas de un tiro en la cabeza. Puede que la persona que se tomó tantas molestias para acabar de forma tan cruel con la vida del animal, también tuviera presente la imagen de El Padrino, o puede que no. En cualquier caso, lo ocurrido, esta vez no de forma cinematográfica sino real, es digno de la mafia. En el vídeo, el alcalde relata la cadena de actos de acoso que desde hace años vienen sufriendo, por defender una postura concreta respecto a los usos y funcionamientos dentro del Parque Natural de Aralar, por parte de aquellos que no comparten sus puntos de vista. No tengo suficiente información como para posicionarme, pero sinceramente, esa no es la cuestión. Lo grave es que en pleno 2021 algunos crean que es aceptable realizar tamaña salvajada para defender algo. Durante demasiados años en nuestro país no pocas personas antepusieron sus objetivos a los derechos más elementales de quienes no pensaban igual. Todo valía, también, como a esta vaca, matar de un tiro en la cabeza. Además del dolor injustamente causado, la violencia modifica la comprensión más elemental de lo que entendemos por vivir en sociedad, y esta alteración no desaparece solo con decir que su uso ya ha terminado, sino que permanece hasta que una mayoría social reconoce, sin ambages, que eso está mal. La historia de esta vaca va más allá del conflicto sobre Aralar, y es un perfecto ejemplo del camino que a muchos, como el que apretó el gatillo, los que lo animaron, o lo justifican, les queda por recorrer.