ntes de ser cristiana, la Pascua ya era una de las fiestas más antiguas en las que los pastores celebraban la renovación de la vida. Fue precisamente, un pastor quien encontró una pequeña imagen de la Virgen entre los espinos dando inicio a una historia única. La del santuario de Arantzazu que hoy, también, se renueva.

Al igual que empresas y organizaciones, las instituciones deben invertir en planificar el futuro, no solo para adecuarnos a lo que vendrá, sino también para aprender de lo que hoy ya nos preocupa. Y Arantzazu es un lugar muy adecuado para ello, porque es un espacio de encuentro con la naturaleza, el arte, nuestra cultura vasca, pero también con valores que superan las fronteras, como la espiritualidad concebida, como allí se hace, de forma dialogante, no solo entre creyentes sino, especialmente, con los que no lo son. Los franciscanos, como el resto de órdenes religiosas saben que su ciclo termina pero, donde otros se hubiesen arrugado, ellos de forma valiente han abierto Arantzazu a otros agentes para iniciar el pase del testigo, y asegurar asi el futuro del santuario. Ahora abre sus puertas Arantzazulab, proyecto que lidera la Diputación Foral junto con las tres universidades, otros agentes y empresas, y que es todo un acierto. Este nuevo laboratorio para la innovación social entronca con la filosofía histórica de hacer de Arantzazu un lugar para la necesaria búsqueda individual, pero también compartida sobre los retos que tenemos como pueblo. Los magníficos catorce apóstoles que Oteiza esculpió para el friso de la basílica están vaciados por dentro como una perfecta metáfora del vacío existencial que nos acompaña a lo largo de nuestra vida. Aran-tzazu es un buen lugar para dar salida a ese hueco vital que, como personas y pueblo, nos mueve a buscar hoy, sin olvidarnos de lo que fuimos ayer, para así, seguir siendo mañana.