no de los problemas más graves de la política, hablo más de España, y casi no tanto de nuestro pueblo, es que sus representantes son toxicómanos de las audiencias. El imprescindible rol de contrapoder de los medios ahora va mucho más allá, haciendo que sean estos los que sobrecondicionen la agenda política y pareciendo que la realidad es solo aquella que sale en las pantallas. La mayoría de los partidos lo han asumido y mendigan su atención, aceptando que la política, como ocurriera con los amoríos y el fútbol, lleva años siendo la última vaca que las televisiones privadas sacrifican a diario en el altar del dios entretenimiento, convirtiendo las noticias políticas en los nuevos Sálvame o Carrusel deportivo. Así, a los pocos políticos que no parecen ser como aquellos jóvenes de la ruta del bacalao a los que la cocaína no les dejaba estarse quietos, se les grita eso de: ¡soso! Lo sufre ahora Gabilondo, como ya lo hizo Illa. En lo internacional, Merkel es un caso de libro. Por nuestra tierra, le pasó en sus inicios al que ha sido el lehendakari más completo de la democracia, Juan José Ibarretxe, y ahora le toca al lehendakari Urkullu, así como, en menor medida, a Markel Olano y a Gorka Urtaran. Claro que a mí me encanta el swing de Obama cuando habla aunque esté leyendo, pero es que quiero gobernantes, hombres y mujeres comprometidos con la gestión de la complejidad cotidiana, las heridas del pasado y los retos que vendrán. Y para ello, si tiene gracia, ongi etorri, pero si por tenerla perdemos la virtud de ser honesto y parecerlo, no voluble pero sí flexible, y dialogante hasta la extenuación, pues, maldita la gracia. Luego, ¡vivan los sosos!, que nos alejan de las respuestas perfectas, mientras nos acercan a las preguntas adecuadas que tratan de responder escuchándose, no solo a sí mismos y a sus expertos en comunicación.