iedo. Esa fue la sensación de Mikel cuando sobre las 2.45 se despertó de golpe asfixiándose. Se incorporó en la cama mientras emitía un grito sordo en busca de aire como si saliera de las profundidades del mar. Al instante Amaia, su mujer, angustiada, encendió la luz y le preguntó qué ocurría. Mikel no podía contestarle. No solo sus pulmones, sino que era como si todo su cuerpo pidiese oxígeno. Abría su boca y también la nariz pero no había manera, el aire no llegaba. Caminó hacia la cocina. Sentía que si se quedaba parado aún sería peor. Empezó a inhalar algo de aire pero emitiendo un sonido de ahogo, bronco, como si con cada gota de aire el cuerpo pidiera a gritos auxilio. Vino a su mente la imagen de los torturados cuando les hacen la bañera. Siguió los consejos de su mujer: "Tranquilo, intenta tomar aire por la nariz". ¿Cómo podía tener ese tono dulce y pausado en un momento así? Una vez más, Amaia conseguía engancharlo a la vida. Esta vez casi literalmente. Ya podía respirar nuevamente.

Otras veces he inventado un relato para esta columna. Hoy no es así. Solo he ficcionado los nombres de una escena personal para sentir algo menos de pudor al compartirla contigo. Al día siguiente, confirmé que lo vivido no era nada del otro mundo gracias a que Xabier, un otorrino que me ayudó por teléfono, me dio luz entre todos los diagnósticos agoreros que Internet me ofrecía. Pero lo ocurrido me puso ante la famosa frase de no somos nada, no tanto por la fragilidad de la vida sino por la importancia de saberse cuidado porque, realmente, no somos nada sin las atenciones de todo tipo de los que nos rodean. En este confinamiento los cuidados y, sobre todo, su ausencia, nos muestran lo imprescindibles que son. En estos tiempos de aplausos vaya uno bien fuerte pues para todas aquellas personas que cuidan de otras. Sois el oxígeno de esta sociedad.