entro de muchos años, por fin, podremos contar una historia con suficiente atractivo. Durante años he compartido con amigos que éramos parte de una generación sin cosas para contar a nuestros nietos. Los que tenemos 40 años no hemos vivido hitos históricos con mayúsculas. Claro que han pasado muchas cosas. El fin de ETA, por ejemplo, fue algo histórico pero de tanto tiempo que llevábamos soñando en ello como quedó descafeinado. Nacimos en el 79 y, por lo tanto con todo el pescado de la Transición vendido. Ni votar la Constitución, ni el Estatuto. Para cuando empezamos a dar los primeros pasos, el Estado de Bienestar también los daba y disfrutamos, sin haber luchado, del derecho a la sanidad o la educación. He echado de menos vivir en primera línea historias que había escuchado a mayores que yo. Aquella en la que mi aitona Ramón contaba cómo había decidido con su hermano sumarse al frente en la Guerra Civil pero casi no salieron del pueblo al ver como los requetés venían ya desde Berastegi para Tolosa. O aquella otra en la que mi amona Axun narraba cómo ponían los colchones en las ventanas por los disparos. O las de mi aita describiendo las clases de formación del espíritu nacional en la escuela franquista. Hoy, por fin, vivimos en primera línea algo histórico. Puede que algo soso pensarás, porque al final esto va de estar metido en casa con todas las comodidades pero, algo es algo. Sobre todo porque espero nos permita ser conscientes de nuestra debilidad. En esta parte del mundo donde estamos tan encantados de conocernos, un virus nos obliga, por fin, a vivir un poco al menos, como lo hacen a diario millones de personas a las que muchas veces despreciamos. Qué bonito sería poder contar a los nietos las anécdotas de estos días, pero más aún, si no solo fuera para describir lo del confinamiento, sino todo lo que aprendimos de la vida.