vida, pura vida siente uno corriendo por sus venas en los días de fiesta. Así me sentía yo hace una semana en el último día de mis queridos carnavales. Las razones son muchas pero hoy quiero rescatar una: la oportunidad de disfrutar de la conversación. Uno pasa casi todo el día y parte de la noche en la calle. Horas y horas en las que, si nos olvidamos de los disfraces, lo que hacemos es fundamentalmente hablar. Charlar con los amigos de siempre, pero también con los que uno solo ve en carnavales. Dialogar sin mirar la edad y, así, pasar un rato con un alumno que se queda algo cortado al encontrarse con su profesor de universidad disfrazado de punk, pero también con la señora de 80 años que le dice aquello de "yo te conozco desde que eras así". Palabras y más palabras con los que piensan como tú, pero también con los que, fruto de las trincheras de prejuicios del conflicto político, nos negamos la posibilidad de conocernos realmente. El alcohol ayuda, pero fíjate que la llave de todo ello reside en la predisposición. En esa actitud diferente, más abierta a disfrutar de la vida, a escuchar y a reír con los demás y no solo a replicar y a defender posiciones. He pensado en todo ello al conocer el proyecto de Adrià Ballester llamado Conversaciones gratis y que lleva a este chico de Barcelona a sentarse unas horas de su fin de semana desde hace años en un parque ofreciendo conversación a todo aquel que quiera ocupar la silla que coloca frente a él. Qué simple y qué brillante idea al mismo tiempo. En tiempos de muros físicos y mentales y, sobre todo, de tecnologías de la comunicación que nos dificultan precisamente eso, comunicarnos, no estaría mal poner en valor la importancia de las sobremesas, los cafés, las tertulias, las fiestas y todo aquello que nos permita hablar y, especialmente, escuchar al otro para, ya de paso, escucharnos mejor a nosotros.