Cada vez más personas hoy nos pondremos nuestras zapatillas para correr la San Silvestre. A diferencia de otras carreras, son pocos los que la hacen por competir, ni siquiera con uno mismo. Lo que nos saca a correr por las calles de nuestro pueblo es terminar el año cumpliendo con esta tradición social. Esa última sudada con amigos para acabar bien el año. Sin embargo, una tradición con mucho mayor arraigo es la de terminar hoy el año, o empezarlo mañana, subiendo al monte. Cada quien subirá su montaña de referencia. Los tolosarras lo haremos mayoritariamente con Uzturre y, así, muchas de las cumbres de nuestra preciosa geografía se llenarán de montañeros cargados de turrón y algo de champán. Qué atractivo siempre nos resulta eso de subir a lo alto y mirar al horizonte. He leído a muchos alpinistas decir que suben para luchar contra sí mismos. Para los que no lo somos creo que los hacemos en cambio para reconciliarnos con nosotros mismos. El monte nos ofrece la posibilidad de dejar de mirar lo inmediato, lo más cercano, y poder ver todo lo que las nubes y la vista nos dejen. Poner las luces largas en nuestra vida y evitar de esta manera el error de verlo todo más oscuro de lo que realmente es o, peor aún, no percatarnos de las oportunidades existentes. Esa subida al monte para despedir un año o saludar el nuevo es un forma de mirar más allá. Llegar a lo alto para darnos unos segundos y removernos con aquello que nos ha hecho sufrir o recordar los errores cometidos. También unos segundos para sonreír rememorando los buenos momentos. Y, finalmente, un último instante para pensar en lo que el nuevo año 2020 nos deparará y, por si funciona, pedir a esos bosques y a ese cielo que se despliega sobre nosotros que los sueños que tenemos para nuestra vida y para nuestra sociedad se cumplan. Urte berri on! l