en un contexto ya calificable como preelectoral, todos los actores políticos vascos ajustan sus maquinarias y sus discursos; junto a éstos, más o menos previsibles, cabe afirmar que de modo silente algo se mueve en el ámbito de la política vasca y sus pactos: PNV y Podemos han pactado los últimos presupuestos de esta legislatura, EH Bildu ha pactado con Elkarrekin Podemos el gobierno municipal en varios ayuntamientos vascos y pacta ahora los presupuestos navarros con el PSN y los del Ayuntamiento de Irun con Podemos y el PSE, un tipo de acción política todavía incipiente como para saber si marca estrategias futuras o se trata tan solo de movimientos puramente tácticos.

EH Bildu mantiene en su discurso un modelo anclado en el maximalismo, en la apuesta por negociar al alza, en la pretensión, legítima, de abanderar y hacer suya toda reivindicación social que englobe todos los posibles elementos de malestar social o de indignación social, todo ello enmarcado en una cultura política discursiva del todo o nada. Contrasta esta orientación discursiva con su acción política real: pacta presupuestos en Navarra y apoya a la vez la convocatoria de huelga de este pasado jueves, o, por ejemplo, en otro ejercicio de pragmatismo que probablemente generará tensiones internas, apuesta por la gobernabilidad en Madrid y por la plena institucionalidad autonómica en Euskadi; es una buena noticia, sin duda, como lo es todo acuerdo político entre diferentes. Pero habrá que ver qué resultado da todo ello en las urnas.

El PP vasco contempla temeroso esa tendencia a la radicalización del discurso de su líder en Madrid, el seguidismo de los planteamientos de Vox, su soledad en los trabajos de reforma y mejora de nuestro autogobierno, su ataque infundado jurídicamente e injustificado socialmente contra el euskera. Está perdiendo el centro y perderá el norte si sigue anclado en esa deriva que achica su espacio político desplazándolo al extremo de la derecha más reaccionaria, dejando huérfano un importante espacio electoral vasco.

Elkarrekin Podemos ha protagonizado un movimiento político tan contradiscursivo como audaz, sorprendente y de impacto, al apoyar estos últimos presupuestos de la legislatura vasca. Desde la frustración responsable se trata de una apuesta por la influencia, por la utilidad social de su voto, optando por dar prioridad a una mejora de unos presupuestos que no son los suyos a cambio de lograr una profundización en su dimensión social.

Por su parte, el PSE trata de marcar su "territorio", a menudo exacerbando de forma impostada sus diferencias con su socio de gobierno, el PNV, y se mueve entre la necesidad de no perder su espacio electoral y remarcar su valor como factor transversal del pacto de las dos concepciones de país que conviven en la sociedad vasca.

Concebir y ejercer la política (la vasca, en particular) como un choque de modelos, como un permanente enfrentamiento de valores y contravalores pretende cerrar filas entre los "míos" y demonizar a los "otros". Y si los espacios electorales se achican, esta tendencia, como veremos en breve, se agudiza.

En este contexto de simplificación y polarización de las opciones políticas con capacidad para aunar apoyos electorales suficientes para acceder al Parlamento de Gasteiz, frente a la tradicional atomización de siglas partidistas, cobra vigencia el discurso maniqueo, simplista e incierto, de calificar al PNV como partido "de derechas", desfasado, alejado de los jóvenes, despreocupado ante los problemas sociales, aliado del capital, apegado al poder establecido y a la poltrona... y toda una larga retahíla de tópicos al uso.

Es un discurso vacuo, infundado, pero que cala entre quienes, despreocupados y alejados de la política (pero votantes), tan solo necesitan cuatro o cinco referentes simplistas para marcar su territorio vital e ideológico: los buenos y los malos, los del "sistema", los de "siempre", los apoltronados conservadores... frente a la alternativa que ofrece una Arcadia feliz sin problemas ni tensiones sociales.

Toquemos suelo, acerquémonos a la realidad: el raíl de la economía es cada vez más estrecho y difumina esas supuestas divergentes concepciones de sociedad; no hay revoluciones ni catarsis políticas en marcha. Se impone la realpolitik, y los acuerdos antes citados entre fuerzas políticas supuestamente enfrentadas son prueba de ello, demuestran lo falaz de esos argumentos que contraponen pujanza revolucionaria de izquierdas frente a retrógradas visiones de la sociedad por parte de los calificados por ellos como de "derechas".

Si superásemos la demagogia y descendiésemos al análisis de los programas electorales y de las políticas practicadas por unos y otros, si superamos la demonización partidista interesada en minusvalorar permanentemente al otro, si quitásemos el velo que rodea a toda esta simplificación partidista interesada y eliminásemos estas etiquetas infundadas avanzaríamos en la tan reclamada normalidad democrática y ello nos permitiría confrontar de verdad, y en serio, modelos de gestión, visiones de país y de sociedad por encima de la pancarta y la consigna. Es más necesario que nunca, porque nos jugamos el presente y el futuro, como ciudadanos, como pueblo y como nación.