levo diciendo algunos días que lo de la investidura de Catalunya se parece bastante a la teleserie del teniente Colombo: sabemos cómo termina pero es muy interesante lo que acontece mientras tanto. Sucede, sin embargo, que amén de interesante, la cuestión ha devenido en preocupante, por lo menos para los que apoyamos la causa independentista, supongo que a nadie le sorprenderá mi posición.

Hubo un momento en el que el independentismo catalán tenía una hoja de ruta, fuera esta acertada o no, bien ejecutada o no. Transcurrido un tiempo, pero sobre todo muchísimos acontecimientos, resulta difícil vislumbrar algo parecido a un plan conjunto pactado con sinceridad y convencimiento, porque no nos debería llevar a engaño un acuerdo que al final llegará, pero forzado por las circunstancias.

Las circunstancias no son otras que la presión de una parte de la ciudadanía que, a pesar de todo, se ha vuelto a demostrar mayoritaria en votos y escaños; también la necesidad de que el independentismo siga gobernando la Generalitat, aunque sea solo para eso, para certificar -para restregar- que es mayoritario. Pero resulta que la bifurcación entre unos (ERC) y otros (Junts), e incluso las discrepancias internas en el tercero (CUP) son tan evidentes que parece lógico que muchos se pregunten si gobernar solo por eso, sin un rumbo prefijado, beneficia al propio independentismo.

Todo ello nos trae a la memoria a Ngé, aquel entrañable personaje de la mítica película Amanece que no es poco de José Luis Cuerda, al que un niño le pregunta por qué va siempre zigzagueando por la calle. La respuesta, a tono con el resto del filme: así tardo más tiempo en recorrer el camino y puedo pensar adónde ir. Sucede que esa parte de la sociedad catalana que lleva largos años de legítima lucha se merece algo más que el mero hecho de que amanezca; algo más que unos dirigentes que van pensando adónde van mientras caminan.