esde muy jóvenes sabíamos que cada vez que alguien mentaba los 40 años, se refería a los de Franco, aunque en puridad se trataba de un redondeo. El paso del tiempo ha ido difuminando aquella referencia, que a la vez está siendo sustituida por las conmemoraciones anuales de los importantes acontecimientos políticos que sucedieron exactamente, ahora sí, cuatro décadas atrás. Ciertamente, aquellos convulsos años dan para mucho.

Del invierno de 1981 se ha destacado durante estas semanas aquel 23-F del que aún no sabemos todo, tal vez nunca lo sepamos, a pesar del incesante empeño de los cronistas oficiales de auxiliar al que nos venden como salvador. También los trágicos días del secuestro y asesinato de José María Ryan, recogidos por Anton Arriola en una lograda combinación de crónica personal y ficción (El ruido de entonces, Erein) cuya lectura no nos deja indiferentes.

Del mismo modo, resulta obligado recordar a Telesforo Monzon, de cuya muerte se cumplen también 40 años. Figura histórica, referencia indispensable del nacionalismo vasco, su extensa biografía ayuda a conocer la historia de la Euskal Herria del siglo XX, ya que fue protagonista de muchos de sus capítulos más importantes. No parecen haberlo entendido así muchos de los que durante estos días se han dedicado a repasar su historia: entre algún empeño por destacar sobre todo lo que aún consideran traición del de Bergara y otros panegíricos dulzones elaborados por quienes pretenden ocultar -o cuando menos difuminar- episodios importantes de su trayectoria, nos ha embargado la sensación de que, una vez más, cada uno se ha quedado con el Monzon que le conviene. Nada nuevo bajo el sol.

Afortunadamente existen biografías muy solventes sobre nuestro protagonista, pero es una pena que entre rencillas históricas e indisimulados afanes propagandísticos, no se recurra más frecuentemente a ellas y se traslade a la ciudadanía una imagen veraz de un personaje sobre el que debería saberse más. Y mejor.