rtur Mas, Matteo Renzi y David Cameron son tres líderes políticos europeos que, estando en la cresta de la ola, convocaron elecciones o referéndums tragándose ciegamente unas encuestas que les eran favorables. Sabido es que los tres casos terminaron con auténticos tiros en el pie cuyas consecuencias se viven aún en sus respectivos países.

A las puertas de nuevas elecciones en Catalunya, conviene recordar lo que los sondeos decían semanas antes de los comicios de diciembre de 2017: ni olieron lo que se cocía. Algo muy parecido a lo que sucedió en Andalucía un año más tarde. En ambos casos, como en otros muchos, las respectivas noches electorales comenzaron con el reconocimiento general de que las previsiones no habían estado muy atinadas y que tal vez habría que moderar el espacio que se les daba. El propósito de enmienda de medios y analistas duró exactamente las 48 horas que tardaron en aparecer nuevas encuestas que, cómo no, volvieron a convertirse en omnipresentes.

Ciertamente, las prospecciones electorales -y otras que se realizan - pueden resultar de gran utilidad. Son herramientas necesarias que ayudan a nuestros dirigentes a tomar decisiones, a ver cómo respira la sociedad en momentos concretos. Aunque cada vez es más difícil separar el polvo de la paja debido a intrusismos, faltas de rigor y manipulaciones, somos muchos los que recurrimos a estos estudios para tratar de entender mejor lo que sucede tanto a nuestro alrededor como en tierras más lejanas.

El problema es que lo han invadido casi todo. Que las informaciones periodísticas sobre campañas electorales se han convertido en gran medida en un repaso a las encuestas. Que, a falta de mayor conocimiento y mejor criterio, nos dedicamos a comentar horquillas y sumar supuestos escaños de unos y de otros. Que conocemos mejor lo se le otorga a un partido o a otro en este bazar, que el nombre de los candidatos. En definitiva, que de eso que llamamos política, la política en sí parece interesarnos cada vez menos.