fortunadamente, Arantzazu continúa siendo noticia. Ahora lo es por la creación del Laboratorio de Innovación Social, nuevo fruto del empeño de la comunidad franciscana que se marcó en su día el objetivo de aliarse con instituciones, corporaciones y personas, muchas personas, para la pervivencia y constante renovación de este patrimonio histórico, espiritual, natural, cultural y artístico ante un profundo proceso de cambios sociales, entre los que el de la secularización no es menor.

Pero los grandes titulares no deben ocultar la gran labor del día a día que aún se realiza, esa que da sentido al resto y sin la cual Arantzazu sería, sin más, un topónimo, una iglesia, un paisaje. Sin más. El calendario es uno de esos tesoros que desde hace décadas ha estado presente en miles de hogares vascos. Ese taco, así lo llamamos muchos, pequeña enciclopedia anual, compañera de desayunos y origen de amenas conversaciones que infinidad de veces ha alentado, además, el interés de la gente por conocer más profundamente algo de lo que ahí figuraba. Históricamente impagable agente euskaldunizador y alfabetizador, su lógica misión evangelizadora nunca ha sido óbice para que quienes no son parte de la comunidad cristiana gozaran también con su lectura.

Andan los frailes -y colaboradores- preocupados porque la pandemia está dificultando en extremo la distribución y venta del taco de 2021 en los lugares tradicionales. Nada diferente a lo que sucede con otros agentes sociales y culturales. Pero tengo para mí que, en ocasiones, la solución no es tan dificultosa. Basta con que los habituales nos acordemos de adquirirlo, haciendo un esfuerzo por encontrarlo. Y si en el camino nos topamos con nuevas gentes que lo descubren, tal vez en el futuro se pueda leer en una de sus hojas, que hubo un año en el que el taco tuvo ciertas dificultades que fueron felizmente solventadas por el anhelo colectivo de seguir disfrutando de él.