ntes de salir hacia Donostia, los remeros de Zarautz acudieron el domingo a la ermita de Santa Marina a cumplir con la que, al parecer, es una vieja tradición. Sin conocer a ninguno de ellos, apostaría un txakoli a que pocos son creyentes, menos aún practicantes.

Transcurren nuestros días llenos de rituales parecidos: ateos que peregrinan a Arantzazu para agradecer a la patrona una mejoría en la salud o un éxito deportivo; personas que no saben ni santiguarse haciendo bendecir el coche como siempre se ha hecho en su familia... así una larga lista de costumbres que tienen ya más de tradición que de devoción, de antropología que de teología.

Iñigo Urkullu juró su cargo el sábado utilizando, con alguna adaptación, la fórmula del lehendakari Agirre creada por Juan Ajuriagerra. Es el juramento utilizado por todos los lehendakaris, con el matiz de un Patxi López que omitió la mención a Dios. Contiene además un gran valor político, ya que se materializó aquí en su día una restauración y transmisión legitimadora que no se produjo ni en Catalunya ni mucho menos en el gobierno central.

Entiende uno perfectamente las críticas de quienes no ven con buenos ojos la mención a Dios en la jura de un lehendakari. Tampoco nos mereció en su día censura alguna la decisión de Patxi López, ni la merecerán quienes en un futuro adopten similar postura. Pero a su vez, tengo para mí que el carácter laico de un gobierno se demuestra verdaderamente en su día a día, en sus resoluciones, decretos y leyes.

Como al remero cuando visita la ermita pensando que en realidad ninguna divinidad va a interceder por ellos en la regata, como a la estudiante recién licenciada cuando cumple el ritual de agradecérselo a una virgen que tampoco piensa que haya mediado en su vida académica, a muchos de nosotros, creyentes o no, también nos embarga la emoción cuando un lehendakari -algunos más que otros, habrá que reconocerlo- acude a Gernika a rememorar lo que en aquel histórico 7 de octubre de 1936 solemnizó José Antonio Agirre Lekube.