Hoy es 13 de septiembre y me voy a poner delante de la televisión a las 12.50 y no me voy a mover hasta las cinco y pico de la tarde. Las etapas montañosas modernas del ciclismo apenas llega ninguna a las 6 o 7 horas, como antes, que casi ya desayunabas con la tele puesta y algún tipo intentando irse en las primeras rampas de la Madelaine y tú con tu madalena. Hoy el Tour tiene etapón y toca hartarse de verlo, como tocará esta próxima semana. Es extraño ver el Tour en septiembre, con mucho menos calor, público, con la vida en funcionamiento y no en el impass de julio, cuando se convierte en el centro de la vida de Francia y en lo que manda en la agenda de los que somos enfermos de esto. Es raro. Es peor, creo, aunque este año nos esté sabiendo a gloria, como nos sabrán el Giro y la Vuelta en octubre y noviembre si se pueden celebrar. Llevas en el ADN que determinadas cosas pasan en determinados momentos y que de la noche a la mañana te cambien el momento y lo muevan en el calendario te deja descolocado, porque ves que ese sol que les pega a los ciclistas ya no es el sol de julio, ves que no ves apenas holandeses en las cunetas, que no sale toda una región a la calle a animar a los corredores. Ves alegría y el mismo esfuerzo y es el Tour, pero no es del todo el Tour. No podía ser de otra manera, en cualquier caso. Porque nada es del todo lo que era, ya que si no nos han movido de fecha las cosas, somos nosotros los que nos alejamos de ellas y de otras personas y citas o si nos acercamos lo hacemos con tanto respeto que es como si estuviésemos viviendo con la segunda o tercera marcha metidas, como mucho. Vivir en tercera, eso es más o menos lo que creo que llevamos haciendo medio año. Es infinitamente mejor que hacerlo en punto muerto y si ves el Tour ya ni te cuento, pero conmigo no cuenten para acostumbrarme a esto de la nueva normalidad. Que le jodan. ?