Siempre compruebo que los huevos tengan sus códigos impresos. Compro aquellos con el primer número 0 o bien 1. A veces me dejo la vista en descubrir qué es lo que pone en el manchurrón rojizo aunque me he fijado que cuando el número es menor suele leerse mejor que si el huevo es más barato pero de gallinas probablemente menos felices en esta Europa que las protege algo. La trazabilidad de cada huevo europeo está asegurada y protegida por la ley. Nunca se ha conseguido hacer algo similar para los billetes de 500 euros, cuyo movimiento descontrolado es mucho más ilegal y menos ético, pero Europa se comporta así, de forma implacable hacia el pequeño y con total amparo al gran delincuente. Lo mismo un día nos damos una sorpresa, aunque no concibo demasiadas esperanzas.

Mi modesta proposición de este mes es con eso de lo que ahora se vende como inteligencia artificial (me niego a ponerlo en mayúsculas), que realmente es poco más que una cacatúa aleatoria enseñada para aparentar sabihonda y eficiente, deberíamos aplicar el mismo criterio: un 0 si se trata de algoritmos públicos y se adiestran con datos con todos los derechos y sin sesgos, sin maltrato a personas con sueldos de mierda en países del sur global y sin cargarse los recursos de agua y energía de otros países ingenuos (como el nuestro, por cierto); 1 para aquellos loritos del chat menos sostenibles ambientalmente, pero sin maltrato humano; 2 con un poco de todo, pero al menos pagan a algunos grandes medios por robarles los textos e imágenes. Etcétera. Por supuesto, el límite ético y legal sería establecido por criterios objetivos, no por la impunidad de llegar el primero a conquistar este territorio del oeste sin ley ni vallas. Pura utopía: por eso lo hago con los huevos, porque no nos dejan otra cosa para ser consumidores un poco responsables.