Sinceras o no, tácticas o personales, interesadas o partidistas, intencionadas al servicio de una mayor y mejor democracia y gobernanza o justificativas y preventivas de potenciales perjuicios personales por llegar, la inédita escenificación de un retiro espiritual y reposo mental del presidente del gobierno español, Pedro Sánchez, anunciando un supuesto llamado al punto final al deterioro democrático, social, institucional y político vigente en el Estado español, y, por añadidura, a lo largo del mundo. En el caso directo del Estado español, él mismo viene a calificarlos como un sistema y modelo de transición desde el postfranquismo (dictadura hasta 1977) hacia una democracia plena, superando la para muchos (incluidos presidente, gobierno español, PSOE y lo que el presidente ha bautizado como “mayoría social progresista”), aún “democracia de baja intensidad”, sometida a “una justicia prevaricadora, ideologizada y practicante del lawfare” y “estimulada por determinados medios de comunicación, webs y redes sociales generadores de bulos, noticias falsas y chantaje descalificador”, atribuible todo ello a “una derecha y ultra derecha que no acepta el triunfo electoral cuando quien gana es la izquierda” (¿Excluye a la ultraizquierda siguiendo su propio vocabulario adjetivador y a todo aquel que no acepte todo planteamiento o deseo unilateral del propio presidente?). De sus palabras y textos (curiosamente por el descalificable método del tuit) ¿Es el eficiente sistema de trabajo y comunicación de una presidencia de gobierno sometida al control de un Congreso, por ejemplo? Situación y observación, inédita en las formas pero en ningún caso novedosa en contenidos que coincide con una semana de incesantes reclamos internacionales que nos ayudarían, mucho más allá de nuestros intereses o preocupaciones particulares y coyunturales, a ampliar perspectivas y afrontar los cambios que parece exigirse en el panorama global (y, por supuesto y sobre todo, local) en su impacto inmediato. Tres elementos internacionales nos ayudan en la reflexión de futuro.

En primer lugar, la publicación del último Informe para el Desarrollo Humano 2023-2024 de Naciones Unidas que, más allá de sus ya tradicionales rankings entre países sobre la evaluación de políticas públicas y recursos presupuestarios y fiscales al servicio de factores determinantes “clásicos” en términos de salud, educación y bienestar, incorpora la capacidad de respuesta de las diferentes poblaciones y sociedades para satisfacer el control de sus vidas, las oportunidades reales para apropiarse de su futuro, eliminar o mitigar riesgos existentes y sobrevenibles y sus fortalezas para afrontar retos globales. Sus cualificados autores (cientos de cabezas y manos diversas implicadas) contrastan el observado avance positivo que ofrecía el informe en el periodo 2020-2021 con el deterioro que ofrece el actual, constatando una percepción de mayor desigualdad (entre países, entre regiones dentro de un mismo país, sobre todo, entre barrios en las ciudades y no solamente entre las “capas de renta más alta y las más bajas”, sino entre una clase media, en lenta pero acentuada desaparición, cayendo en el fondo de los segmentos de renta y, sobre todo, de calidad de vida). Apunta el informe una triple preocupación general: la enorme distancia entre los datos objetivos y la preocupación que la sociedad tiene respecto de los mismos, claramente acentuada para el discurso y asunto mediático (redes sociales, medios “tradicionales” y discursos polarizados de grupos políticos, sindicales, entes o colectivos ideológicos determinados, incluidas numerosísimas ONGs de clara orientación partidaria y militante); la fragilidad de la cooperación entre distintos y; la acelerada pérdida de confianza (en especial en torno a liderazgos, autoridad del tipo que sea, en cualquier ambiente). Si esto es así, y si no somos capaces de construir credibilidad y confianza, si no concebimos renovados liderazgos (no individuales, sino cooperativos o compartidos) y no podemos reimaginar espacios de futuro en los que nos encontremos confortables y de los que nos sintamos auténticamente partícipes, no parece posible mitigar dificultades, facilitar un verdadero desarrollo humano sostenible y nos alejaremos de cualquier percepción de felicidad y bienestar.

En este sentido, se trataría de generar la confianza individual y colectiva capaz de navegar la creciente complejidad e incertidumbre, la tendenciosa desinformación generalizada, las percepciones equivocadas que se alejan de los hechos y resultados objetivables y contrastados, interpretar de manera adecuada la geopolítica, geoeconomía y los diferentes “segmentos, poblaciones y países e instituciones” diferenciados entre mundos diversos en un mismo planeta con actitudes, mentalidades, aspiraciones y realidades también distintas, y el diseño ad hoc de los instrumentos necesarios e idóneos para resolver los retos globales, a la vez que las demandas particulares y locales de todos los implicados, con posicionamientos y preocupaciones etarios, de renta, aspiracionales, sociales y de identidad mucho más dispares de lo que pudiera parecer a quienes no quieren ver más allá de su “burbuja o núcleo inmediato” o al alcance de su aparente poder de decisión y gobernanza exclusivos.

En este contexto, en el marco del “anuncio” del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial, en sus Asambleas de Primavera en Washington, sobre un nuevo plan para abordar tanto el grave problema de financiación y endeudamiento mundial, como el rol de las instituciones globales, diversos medios de comunicación de tirada y prestigio internacional, recogen la carta a los líderes del G20 (“Dear G20 leaders”) firmada por 125 líderes (incluyendo primeros ministros, organizaciones de derechos humanos, ONGs y academias: globalgoals.org/dearg20). En ella se destaca la importancia que hace 80 años supuso la creación en Bretton Woods (Washington) de ambas instituciones globales, liderando la recuperación y relanzamiento de un mundo de postguerra en crisis, a la búsqueda de la paz y prosperidad base del bienestar al servicio del bien común. En su imperfecta tarea a lo largo del tiempo, facilitó determinadas reglas del juego para la canalización de la financiación de los diferentes países y aquellos proyectos estratégicos necesarios para su desarrollo, la implantación de políticas económicas, sociales imprescindibles y, por encima de todo, aportó optimismo y esperanza para construir un futuro mejor. Dicho esto, entienden que ambas instituciones han perdido su músculo financiero global, no han logrado cumplir con los objetivos de desarrollo sostenible que han promovido y apoyado, y pese a su trabajo, las agendas pendientes (“financiar la democracia, el bienestar y desarrollo, mitigando la desigualdad…”) no son posibles sin cambios drásticos y nuevos compromisos e iniciativas. Reclaman que “ustedes, como líderes, han de llevar estas instituciones al siglo XXI. Pueden desbloquear los abundantes recursos e inversión pública y privada existente y disponible, y pueden canalizarla hacia la potencialidad de la economía y energía verde, hacia la seguridad alimentaria, hacia una agricultura sostenible, hacia una tecnología y manufacturas avanzadas a las necesidades de los cambios observables. Pueden crear y generar “fondos planetarios” al servicio de personas, países y planeta. Es tiempo de oportunidad, de nuevos instrumentos para transformarnos, tiempo de generar confianza, de comprometer un esfuerzo compartido, de ilusionar a la sociedad y dotarle de ánimo y esperanza”. Y terminan con una receta “simple”: “Queridos líderes, tripliquen la inversión, liberen la deuda y faciliten la recuperación de la esperanza”.

Cooperación, construcción de confianza, compartir liderazgos, responsabilidades, ni unipersonales, ni unilaterales, fortaleciendo instituciones democráticas, desde reflexión e investigación transformadora, activa. Sin duda, se trata de todo un proceso (con potencial enriquecimiento colectivo a partir de un camino común y múltiples partícipes) y fortalecerá y protegerá las democracias, el desarrollo humano y los imprescindibles espacios de libertad, bienestar, confortabilidad y felicidad.

Necesitamos la reflexión de los gobernantes. Pero, sobre todo, su traducción a la acción demostrando la sinceridad y validez de los diagnósticos y su capacidad de hacer posible las apuestas y compromisos que pretende trasladar a la sociedad que, en definitiva, es y será la verdadera responsable de construir su futuro deseado.