La Organización Internacional paralas Migraciones nos contaba la semana pasada que solo en medio año yaeran 909 las personas fallecidas buscandouna vida mejor en el Mediterráneo. Entreellas también había padres e hijas pequeñas,pero ni los medios de comunicación, ni creoque nosotros, sentimos el mismo dolor queante la reciente muerte de la hija de un conocido entrenador de fútbol. En las aguas delmismo mar en el que nos hemos bañado esteverano esas 909 personas perdieron su vida,y la sana humanidad que sentimos ante ciertas desgracias se desvanece ante esta. Algopasa en Europa cuando esta tragedia no nosgenera una mayor desazón. La Europa quese construyó a partir de la indignidad delHolocausto hoy mira de reojo cómo lleganlos cuerpos a las costas del Mare Nostrum.Siempre se me ha hecho difícil pensar quelos alemanes de la Alemania nazi no supieran lo que se estaba haciendo con los judíos.¿Diremos en el futuro que no sabíamos queesta tragedia estaba ocurriendo? Siempre esloable el compromiso de gente como la delAita Mari, pero las proporciones del problema requieren tanto de políticas como delíderes comprometidos con ellas para norepetir el sainete al que nos ha sometido elGobierno español con el último rescate delOpen Arms. El tema es demasiado complejocomo para llevarlo a una batalla entre puertas abiertas o muros a la inmigración. Y esahí donde, también la semana pasada, supimos que el Gobierno Vasco presentó en elVaticano la interesante propuesta Share através de la cual compartir el reparto de laspersonas que llegan según criterios de renta,población y nivel de desempleo. El sueño deconstruir una Europa en la que se convivieramás allá del pasado bélico y las diferenciasculturales y económicas se hizo realidad.Ahora, podría venirse abajo por no sabergestionar las diferencias entre los europeos ylas personas que llegan.