Buscando ranas
lunes de Pascua. Cientos de personas miran la fachada de un edificio. Sus miradas están llenas de curiosidad. Hablan entre ellos, se dan indicaciones y, por fin, muchos celebran haber dado con lo que buscaban. Hacen las fotos de turno y se van. Pocos han invertido más de cinco minutos. La fachada en cuestión es el portal de la Universidad de Salamanca. Una maravilla del plateresco de 1529. Gran parte del turismo del siglo XXI es esto: llegar a una obra artística de este calibre para buscar la famosa rana. Una vez vista, a otra cosa mariposa. Al menos la rana no se puede tocar, porque si no cómo estaría la pobre. Suscribo a Miguel de Unamuno: "No es lo malo que vean la rana, sino que no vean más que la rana". Este tipo de turismo me sulfura por su cantidad y por su calidad. Gruñón que se está volviendo uno.
En lo cuantitativo, somos cada vez más los que viajamos por turismo. Millones de personas no lo hacen porque bastante tienen con sobrevivir. Pero reconociendo esta injusticia evitable, el turismo va como un tiro y ya compite con lo que mueve el petróleo o los coches. Así, algunas ciudades se colapsan de personas con un pinganillo en la oreja y siguiendo a un tío que levanta un paraguas ¿Metáfora de la evolución humana? Y luego está lo cualitativo. Pareciera un concurso televisivo en el que en el menor tiempo posible uno debe visitar x monumentos. Llegar, escuchar a la guía, ráfaga de fotos y corre para el siguiente. Lo de respetar los lugares pues, de aquella manera. Dice un cartel, "No apoyarse" y dale, todos a apoyarse en la balaustrada que así la foto sale mejor. Total, si es del siglo XV.
Sé que todos tenemos derecho a ser turistas, a serlo como queramos y que el negocio en cuestión genera mucho empleo, precario, pero a fin de cuentas empleo. Sin embargo, como el cantaor de saetas, necesitaba compartir desde este balcón semanal mi lamento sobre el tema.