“el diésel tiene los días contados”. Esta frase pronunciada el pasado mes de julio por la ministra para la Transición Energética, Teresa Ribera, ha sido una de las causas, con toda seguridad la más importante junto con la incertidumbre geopolítica internacional, de la caída del crecimiento de la economía vasca de un 0,5% en la segunda mitad del pasado ejercicio de 2018, que concluyó con un aumento del PIB vasco del 2,8%, rompiendo las previsiones de los analistas económicos de Funcas o el BBVA que fijaban un incremento del 3,3% y 3,1%, respectivamente. Bien es verdad que el Gobierno Vasco, dentro de unas previsiones más prudentes situaba ya en el pasado mes de octubre el crecimiento de 2018 en un 2,8%.

Los resultados negativos de la campaña del Gobierno de Pedro Sánchez de demonizar al diésel, primero extendiendo su certificado de muerte sin más encomienda que la de marcar cuanto antes un perfil progresista y de cambio para contraponer al conservador del PP, justo un mes después de acceder a La Moncloa, y en segundo lugar, anunciando un aumento en el precio del gasóleo de 3,8 céntimos por litro para los consumidores particulares para equipararlo al de la gasolina, ya se pueden cuantificar con datos y conocer sus efectos nefastos para las empresas del sector de componentes de automoción, que es clave en el tejido industrial vasco.

Gracias a la ocurrencia irresponsable y al gran desconocimiento de un sector estratégico como es el del automóvil tanto en la economía española como en la vasca puestos de manifiesto por Pedro Sánchez y su ministra Teresa Ribera, la vuelta de las vacaciones de verano supuso una desaceleración en la actividad de muchos proveedores vascos de los grandes fabricantes automovilísticos, que vieron caer de manera repentina su cartera de pedidos ante el brutal descenso que registró la demanda de los coches con tecnología diésel.

La incertidumbre en la que se encuentra el sector de la automoción que, en palabras de un responsable del Banco Central Europeo (BCE), forma parte de un diseño político sustentado en unas iniciativas y declaraciones de los gobernantes, ha calado tanto en el consumidor que se retrae y aplaza la decisión de compra de un coche, con lo que están circulando por nuestras ciudades vehículos de más de 10 años de antigüedad que son los verdaderamente contaminantes. No hay que olvidar que la compra de un coche sigue siendo la segunda inversión más importante de una familia.

Las consecuencias negativas de esta toma de posición del Gobierno de Pedro Sánchez se visualizaron de manera importante en todas las empresas que forman parte de la cadena de valor del sector de componentes de automoción, hasta el punto de registrarse descensos del 10% en la cartera de pedidos, en algunos casos, y en otros, la paralización de líneas de producción de determinados componentes a la espera de la evolución de los acontecimientos.

En paralelo, algunos fabricantes de automóviles han paralizado el lanzamiento de nuevos modelos con los efectos negativos que esta decisión ha tenido entre sus proveedores, entre los que se encuentra un gran número de empresas vascas.

El hecho de que el crecimiento de la economía vasca en el periodo de octubre a diciembre de 2018 fuera del 2,4%, dos décimas menos que el trimestre anterior y también dos décimas por debajo de las previstas por el Gobierno Vasco, da una idea de la importancia que el frenazo registrado en el sector de componentes de automoción ha tenido en la ralentización de la industria vasca y, en consecuencia, en un enfriamiento de la economía del país.

De la importancia estratégica que tienen las empresas vascas de componentes de automoción, que suponen el 50% del conjunto del sector en el Estado, da una idea el empleo que generan y que alcanza a un total de 40.000 personas con una facturación de 18.000 millones de euros, según datos de 2017.

El futuro tampoco es muy halagüeño porque el único fabricante de vehículos que existe en la CAV, Mercedes-Benz de Gasteiz, cuya actividad supone el 4,9% del PIB vasco, anuncia nuevas paradas en su producción en los primeros meses de este año por la caída de pedidos en sus furgonetas de motorización diésel que en cascada afectarán de manera importante a sus proveedores. Por este motivo, el Gobierno Vasco no descarta una pequeña revisión a la baja de una décima en sus previsiones económicas para este año, de manera que el crecimiento del PIB en 2019 será del 2,2%, en vez de 2,3% estimado.

Y mientras Sánchez y sus ministras de Economía, Industria y para la Transición Energética guardan silencio sobre esta cuestión, ?al igual que el ex primer ministro del Reino Unido, David Cameron con el brexit?, siguen manteniendo la prohibición de matricular vehículos de combustión de diésel o gasolina a partir del año 2040, cuando ningún país de nuestro entorno europeo más próximo como Alemania, Francia, Reino Unido, Holanda o Dinamarca han fijado una fecha para eliminar esos coches de las carreteras.

Precisamente porque la transición del motor de combustión al eléctrico para reducir las emisiones a la atmósfera como consecuencia del cambio climático no va a ser de un día para otro, sino que va a requerir de varias décadas porque no solo afecta a los fabricantes de coches, sino al desarrollo de una nueva tecnología que necesita de unas infraestructuras que hoy son prácticamente inexistentes.

Es más, el Estado español no solo no tiene un objetivo estratégico definido, sino que a día de hoy no dispone de ningún incentivo para fomentar la transición hacia los coches de baja emisión, cuando esos países europeos tienen establecidas ayudas, bien para la compra de vehículos no contaminantes, como para la puesta en marcha de infraestructuras de recarga eléctrica, incluso, en algún caso como el Reino Unido, se contemplan subvenciones destinadas también a la industria para fomentar su transición tecnológica. El único punto en el que todos los países coinciden es en la existencia de ciudades donde se limita el acceso de vehículos de combustión.

Las consecuencias negativas que la actuación del Gobierno Sánchez está teniendo en la economía vasca a causa de la demonización del diésel es un ejemplo más de lo que el economista catalán Xavier Sala i Martín llama “el coste de la dependencia”, es decir, los efectos nefastos que para la economía de una región o un territorio pueden tener las decisiones políticas que de manera unilateral se toman desde Madrid, sin tener en cuenta las diferentes realidades e intereses que existen en el conjunto del Estado. Un ejemplo más a añadir a la larga lista de agravios que han afectado de manera importante a la economía vasca en los últimos años por decisiones ajenas en su desarrollo.

Ante esta situación y mientras persiste la incertidumbre e inacción política en Madrid en esta cuestión con una aprobación de los Presupuestos Generales del Estado que sigue estando en el aire, no estaría mal que el Gobierno Vasco empezara a tomar cartas en este asunto y adoptara una serie de medidas para favorecer al sector vasco de componentes de automoción, poniendo en marcha un Plan Renove que sirviera para eliminar de la carretera los coches de combustión de más de 10 años de antigüedad que son los más contaminantes y favoreciera la adquisición no solo de vehículos híbridos o eléctricos, sino también de aquellos de motorización diésel que se fabrican con arreglo a la normativa europea WLTP, que contaminan un 15% menos que los de gasolina y consumen menos combustible.

No es la primera vez que el Gobierno Vasco ha puesto en marcha planes de este tipo como por ejemplo, para renovar el parque de máquinas-herramienta de nuestra industria, favorecer el cambio de electrodomésticos y calderas en los hogares o para la rehabilitación de edificios.

Se trata de incorporar sensatez en un asunto de vital importancia para nuestra industria y desde la constatación de que el tránsito del coche de combustión al eléctrico va a ir para largo, a pesar de la rápida evolución que está teniendo la tecnología en este campo, y debe hacerse de manera ordenada y planificada en donde la colaboración de los gobiernos y las empresas para afrontar este proceso es determinante. Nos jugamos mucho en el empeño.