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El microclima

Ha resultado muy afortunada la mención al microclima político vasco del lehendakari Urkullu en su mensaje de fin de año. Es una imagen potente, que tiene además la virtud de ser difícilmente refutable. Le auguramos un próspero recorrido en textos, tertulias, análisis y debates futuros.

La acuñación del término debería servir además para ir desterrando aquello del oasis vasco, tan manido últimamente entre nosotros, que muchos hubiéramos preferido se preservara para describir el trabajo y la actividad del gobierno del lehendakari Agirre en el territorio vasco peninsular no ocupado por los franquistas. Ese era el momento histórico que evocábamos cada vez que se hablaba del oasis vasco, hasta que la expresión se puso aquí de moda en la diaria batalla política.

Por lo demás, el discurso del lehendakari fue conciso y bueno. Me quedo con la certeza de que Urkullu reconoce que no habitamos la Euskadilandia irónicamente acuñada por Eugenio Ibarzabal hace algunos números de la revista Hermes, pero a su vez reivindica la autoestima que toda sociedad necesita para hacer frente a los retos del presente y del futuro. Es esta una lección que deberían aprender quienes siguen empeñados en dibujar aquí una situación apocalíptica.

Pero reconozco a su vez que últimamente me embarga una preocupación. Ciertamente, tras durísimas décadas la sociedad vasca se ha ganado cuando menos un periodo de tranquilidad. Pero no podemos confundir la calma con la quietud, el sosiego con el letargo. Éxitos recientes como el del euskaraldia invitan al optimismo, pero no siempre lo estoy. Los pueblos que avanzan necesitan tensión, maldita palabra. Hasta en los mejores microclimas son a veces bienvenidas las tormentas. Y, por múltiples motivos, necesarias.