-cuando te placa un samoano, te enteras de verdad y definitivamente que te han placado -recuerda Imanol Hiruntchiverry de sus tiempos en que recorrió los terrenos de rugby de Francia y Navarra-aunque ya no corten cabezas con la misma fiereza que antes.

-El suyo es un juego físico, de marcar el alma del contrario- dice el Marqués de Altamira, aliñando la ensalada de verduras con setas sobre el mostrador-, y cómo para llegar al alma hay que atravesar el cuerpo, pues tienen que marcarlo también, pero son muy nobles, por lo general, luego te visitan en el hospital y se hacen un selfie contigo.

-Lo que pasa es que en Samoa no se queda nadie, si puede conseguir un contrato profesional donde sea. -El Barón de la Florida deja los tacos de atún cubiertos para que no enfríen-, y los que no han emigrado necesitan hacerse ver con la selección y por eso han abusado de una cierta agresividad, pero últimamente los equipos samoanos son hasta un poco shoshos, que diría mi ama.

-Los que andan por las ligas francesas, muchos han sido renacionalizados neozelandeses o australianos -Aristide Labarthe sirve el jurançon de aperitivo-, pero se les nota la ancestral cultura guerrera y, si hiciéramos una revisión de tarjetas amarillas y rojas, los samoanos andarán por los primeros puestos.

-Pues los americanos no se caracterizan por su juego de encaje y puntilla precisamente -comenta Galtzagorri-, así que, como las previsiones en rugby nunca se hacen realidad, veremos un partido de mucho juego abierto y tal.

-¡Que los dioses del rugby te oigan! -dice la Marquesa de Altamira-.