Yo, chivato
Supongo que habrá escritas muchastesis en torno a la delación. Y es queel tema tiene muchas vertientes, queabarcan desde lo religioso hasta lo jurídico,pasando por la historia, la ética, la política,la literatura o incluso el arte, recuérdense sino las bocas de león de Venecia.
Entre nosotros son recurrentes las polémicasen torno a la citada cuestión cada vez que ungobierno anuncia iniciativas consistentes enpedir a la ciudadanía colaboración anónimapara perseguir fraudes de diverso tipo, sobretodo porque existen dudas acerca de la legalidadde ciertos procedimientos. Se trata deuna de esas cuestiones espinosas sobre lasque uno lleva años discutiendo consigo mismo.A pesar de ello, debo admitir que desdehace meses me he convertido en chivato.Es triste reconocerlo, pero algunos hemostenido que padecer dramas familiares parapercatarnos de la cantidad de sinvergüenzasque campan a sus anchas ocupandoaparcamientos destinados a personas demovilidad reducida. El abanico es ampliopero duelen especialmente aquellos queutilizan las tarjetas expedidas a nombre depersonas que en ese momento están encasa o de vacaciones a centenares de kilómetros.Cansado de sermonear y de recibirimproperios, decidí recurrir al teléfono.
Hoy lo he hecho por cuarta vez.Es curioso, porque nunca lo hice mientrasella vivía, y vaya si hubo ocasiones en lasque estos jetas nos amargaron. No sé si, máscompasiva que yo, hubiera aprobado estaconducta mía, pero no siento desazón algunacuando lo hago, sobre todo porque cuandorealizo la llamada aclaro que me da igualque me identifiquen como el chivato.Además, como ya no están los de KojónPrieto? para recordarme que los días queme quedan son una cuenta atrás, me sientomás tranquilo. Por cierto, qué letras tanespeluznantes berreábamos en aquellasnoches etílicas. Pero esa es otra historia.