soy un hombre a quien la suerte hirió con zarpa de fiera; soy un novio de la muerte que va a unirse en lazo fuerte con tal leal compañera? -canturrea el Marqués de la Florida mientras saca las últimas croquetas de la sartén-, así cantaba mi amoña mientras le acunaba al aita, según me contó mi ama el domingo pasado.

-Creo que en los años 40 era el número 1 en las listas de éxitos obligatorios de la radio -continúa Galtzagorri acabando de rebozar las ruedas de calamar en la sartén-, cuando el mundo era en blanco y negro, no paraba el shirimiri y solo había el deporte rey: el balompié.

- Pues me parece que estamos volviendo a aquellos tiempos en España -el Barón de la Florida lee la prensa deportiva sentado en la mesa-, cuando parecía que, por fin, el rugby asomaba la cabeza y tal, somos la estúpida piedra que tropieza dos veces o las que haga falta con el mismo hombre.

-¿No era al revés?- dice Labarthe-. ¿O no veo el chiste?

-Quiero decir que en el rugby confundimos los objetivos que queremos alcanzar demasiado a menudo -intenta explicarse el Barón-, en vez de enfocar los esfuerzos a seguir extendiendo las bases del rugby, mediante la educación de los jóvenes en nuestro deporte y todo lo demás que tenemos que hacer, nos estamos dedicando a perder el tiempo sobre lo que pueda pasar con la clasificación para el mundial de un tercio de la legión extranjera a la que los medios van a olvidar inmediatamente se clasifique o no.

-Pero está bien que la selección dé una imagen atractiva para que los jóvenes se acerquen a este deporte -Labarthe intenta cortar el chorro-.

-Para tener una imagen atractiva, lo primero es tener imagen. Y la imagen del rugby se construye en las escuelas de rugby con los equipos de niños que se destetan disputando un balón oval a otros equipos de niños, y lo demás es el triste diálogo de una obra absurda de teatro.