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Calentorro presentador

en la actividad humana, los tiempos pasados terminan pesando como una losa, ya sea para bien o para mal, y así los estilos, comportamientos y modales pasados influyen en la imagen que la audiencia se ha forjado de conductores, actores, protagonistas de tele y radio. De tal manera la historia profesional pasada gravita sobre las nuevas propuestas de quienes quieren reaparecer, recuperar el espacio mediático que tuvieron y que ahora es casi imposible de cambiar. Carlos Lozano es un ejemplo palmario de esta situación que padece el otrora presentador, conductor de Operación Triunfo en sus años de luz, esplendor y éxito, en los que el bravo andaluz se hizo hueco importante entre las estrellas mediáticas del momento. Tras una época de exilio profesional y reaparición en Gran Hermano VIP, Mediaset le dio la oportunidad de regenerarse en la conducción de un programa cercano a lo cutre, de nombre algo así como el granjero busca novia y que naufraga en la parrilla de programación de Cuatro. Este Lozano tiene algo de casposo, de regusto por sal gorda en chistes y dichos que descubren el pelo de la dehesa de un personaje de alcanfor, cantando las últimas cuarenta de su trayectoria profesional. Su manera oblicua y mal intencionada de comentar lo que los guionistas le han escrito denota un tufillo sexista y repetitivo, con la mira siempre puesta en el rollo con variedades y prestaciones mediáticas que Lozano explota en cuento puede y se le pone la pieza a tiro. Fiel a su estilo del pasado, no deja de guiñar continuamente la sensibilidad de la audiencia en pro de tocar la tecla que le conduzca al éxito y le saque de la ramplonería supina. Calentorro, excesivo, salido de madre, este presentador se pone al nivel de la tropa de salidos que concursan buscando acomodo en la granja de los futuros sueños. Revolcones soñados por Carlitos en su papel de maestro de ceremonias.