el formato televisivo de dos personas hablando-charlando-dándole al palique durante una hora, más o menos, se está imponiendo esta temporada en las parrillas de las distintas cadenas, que parece han encontrado una mina de oro en tal producto televisivo. Da la impresión de que en estas calendas programadoras, la presencia de un sofá y sus inquilinos es elemento indispensable de una forma tradicional que es la de mantener una conversación cara a cara, como la que puso de moda Risto Mejide y su Chester, Bertín Osborne y la casa que es tuya y mía o vete a saber de quién es, y la insufrible Toñi Moreno y su sonrisa falsa y apergaminada de una muchacha que ni tiene gracia ni cae graciosa. La presentadora rescatada del olvido, tras su fracasada experiencia de un programa supuestamente solidario y fraternal que acabó de malas maneras, vuelve a los platos como introductora de personajes famosos, como Antonio Banderas que se prestó a la botadura del primer programa que dejó un modelo conocido, repetido y escaso embrujo, a pesar de la naturalidad y entrega del actor malagueño que fue lo mejor de la noche sometido al paseíllo de familiares y compañeros de trayectoria vital que amenizaron la velada como Loles León o Imanol Arias y sus recuerdos de los momentos gloriosos y las dificultades del arranque profesional en una pensión madrileña. Muchas fotografías, objetos de un tiempo pasado y testimonios de unos y otros que fueron confeccionando un traje audiovisual escaso y poco agraciado. Un sofá más para lucir, mejorar y ocupar como punto de encuentro para compartir. Primera entrega que deberá pulirse en una narrativa con referentes conocidos, reconocidos y ya vistos en otros espacios de las diversas programaciones. Toñi Moreno deberá ponerse las pilas. Menos ñoñería y más frescura natural. Veremos si acierta con las apetencias del público, conocedor del modelo.