El binomio expuesto en el título de esta reflexión podría perfectamente ser sustituido por otro: responsabilidad versus épica. La independencia por la independencia propone una discontinuidad histórica sin plan prefijado y traslada el terreno del debate al de la emoción, al de la efervescencia anímica de la aspiración, al salto de querer configurar o transformar una legítima aspiración directamente en un derecho.
El primer término, autogobierno, no goza de tan buena salud emocional. Postula sin estridencias pero con pragmatismo la necesidad de pautar cada avance sobre bases sólidas, propone ensanchar el ámbito de adhesión ciudadana desde planteamientos alejados del glamour catártico de la ruptura, aglutinando un discurso integrador que ponga en valor un compromiso cívico con Euskadi, un discurso anclado en la idea de cohesión social y en la importancia del trabajo bien hecho.
Por encima de retórica, y más allá del recurso a la épica tan habitual en el lenguaje político, todo actuar responsable ha de estar presidido por la sinceridad, la honradez, la coherencia, la ética (pública y privada), la confianza, la humildad, la constancia, la sinceridad, la disciplina, la responsabilidad, la dedicación, la capacidad de trabajar por y para el acuerdo en beneficio de la sociedad vasca.
Tras la aparente austeridad emocional de quien propugna construir nuevos consensos y no rupturas abruptas se esconde un trabajo callado, profesional, serio, responsable, alejado de la épica y el populismo. Ganar elecciones es importante, gobernar lo es todavía más; la clave para ello es lograr legitimar el liderazgo institucional combinando pragmatismo e ideología.
La noción de pacto o de acuerdo apela a la necesidad de impulsar instrumentos de diálogo para alcanzar un consenso integrador en relación con las diferentes visiones y sensibilidades políticas existentes en nuestra sociedad vasca. ¿Otro tópico? No, porque tan defendible es esto como lo es afirmar que la nación vasca no es una entelequia política sino el horizonte en el que se articulan todas las esperanzas de la sociedad vasca.
Tenemos que ser capaces de lograr tal reconocimiento nacional como un espacio de encuentro y de solidaridad, como una promesa para los más débiles, como un lugar de reconciliación entre lo económico, lo ecológico y lo social, como un horizonte de plena igualdad entre hombres y mujeres, como un espacio de integración para los emigrantes.
Y volviendo a la pura política, es posible fortalecer dos factores aparentemente contradictorios al mismo tiempo: es factible, en efecto, reforzar y remarcar el propio perfil ideológico y a la vez trabajar mejor y más la capacidad para construir pactos transformadores.
Nuestro complejo modelo institucional vasco viene caracterizado cada vez de forma más acentuada por la complejidad, la diversidad, la interdependencia, la responsabilidad y la innovación, y proyectado sobre tres niveles o planos: el de las entidades locales, el foral y el autonómico.
En tiempos de inquietud, de incertidumbre, de riesgos globales, de ausencia de respuesta ante retos desconocidos la política no puede convertir la gobernanza de la vida pública en un parque de atracciones, en una montaña rusa. Lo que la mayoría ciudadana reclama de los gestores políticos es que no generen más problemas de los que intentan resolver, que traten de civilizar colectivamente ese incierto futuro, que aporten dosis de certidumbre y seguridad a sus decisiones, que consoliden los consensos básicos necesarios para convivir, que se aferren a la realidad para que su sentido político logre mejorar los niveles de bienestar y de tranquilidad social.
La política, también la vasca, demanda hoy más que nunca templanza, ausencia de estridencia, sentido de la responsabilidad y profesionalidad. Se trata de buscar puntos de encuentro y no de disputa, aportar a la sociedad dosis de confianza y no de zozobra y de enfrentamiento, trabajar por la cohesión social y no por la ruptura, cooperar, construir puentes, no diques.
Vivimos en la era de la posmodernidad y necesitamos renovar las viejas y desfasadas concepciones políticas. El frentismo conduce a la involución. Y el paso previo al entendimiento es la exposición razonada de nuestros objetivos y retos como nacionalistas. Frente al discurso hueco, retórico y vacío de contenido, la coherencia y la profundización en nuevas y modernas técnicas y tácticas de autogobierno es la ruta a seguir para renovar la confianza con la sociedad vasca.